Este fin de semana he recibido un masaje relajante. Ya, ya sé que no es algo que te importe, más allá de cómo anécdota. Sin embargo, déjame contarte que con cada evento de nuestra vida podemos extraer mil aprendizajes. Y esa situación tan cotidiana, da luz a este post sobre uno de los grandes problemas que arrastramos en la sociedad actual: el ansia de control.

Lo que tienen los masajes es que quién los recibe no es parte activa en el mismo. Hay otra persona, un profesional o un amateur me da igual, que va buscando los puntos de dolor. Los activa, los desclava, los suelta y aprieta a su criterio. Mientras, la otra parte es el sujeto pasivo que no tiene control sobre lo que sucede.

He recibido muchos masajes en mi vida, casi siempre relacionados con una espalda en forma de S y unas cervicales complicadas, y siempre he mejorado a fuerza de muchas sesiones. Cada vez que he acudido al fisio o al masajista me ha ocurrido lo mismo.

Hay en mí una incapacidad, innata o aprendida, a dejar en manos de otros el control de algo que me afecta. Y al final, la conclusión es la misma: sin soltar el control, no se puede agarrar nada más.

Sé hace mucho que tengo un problema con el control. Exceso de responsabilidad lo llamaba, pero no lo es. La ineludible realidad es que me gusta la vida controlada, saber donde estoy, dónde voy y como llegar. Y eso que la propia existencia se ha encargado de demostrarme la imposibilidad de mantenerla atada a mis designios. Pero sé que es algo que nos sucede a muchos.

Sin embargo, esta vez sí. No sé por qué pero mientras recibía ese masaje, he sido capaz de poner la mente en blanco, olvidarme que no soy yo quien lleva el mando de la nave y confiar en que el conductor me llevará a buen puerto.

Y después, me he dado cuenta lo bien que te sientes cuando dejas que todo se resuma en confiar en otros y dejar que la vida te lleve. Así sin más. Sin señales de Warning en el cerebro ni luces de neón advirtiendo una caída al abismo.

Porque la verdad implacable de la existencia es que es la incertidumbre la que nos mata, la que nos machaca el ego, la psique y el cuerpo. Es no tener el control de las circunstancias lo que hace que luchemos por volver a ostentar el poder, contra tsunamis y huracanes.

Y ¿para qué?

Soltar el control no es descontrolarse, no es aceptar sin más. Es adaptarse. Es ser capaz de asumir que no todo puede estar bajo nuestra influencia y que, además es mejor así.

Cuanto mayor es la carga que soportas, mayor la responsabilidad que te impones, menos dejas al libre albedrío. Mermas las posibilidades de que el mundo te sorprenda y, aunque no siempre sean sorpresas agradables, siempre son mejores que una vida contenida en un puño.

Sentir que tenemos el control de nuestras vidas, de las circunstancias que nos rodean nos otorga seguridad, tranquilidad. Es la certidumbre de una certeza que, por mucho que lo creamos, nunca es tal.

Es una mentira más, de todas las falacias que nos contamos. Porque la sensación de control es tan falsa como el mando que sostenemos entre las manos.

La vida es caos. Es tormentas, huracanes y cielo azul. Se tambalea en un instante. Solo se necesita un tímido soplo de viento para tirar abajo millones de años de castillos construidos. Sí, el cetro seguirá en tu mano, pero ya no habrá nada que controlar.

Hay una parte esencial de tu vida donde tienes el poder absoluto, el control total. El único lugar donde reina el orden que tu impongas es en tu interior. En las decisiones que tomas, en los actos que decides realizar, en el modo en que eliges comportarte ante una u otra situación.

Y nada más.

No hay más control que puedas ostentar. Todo lo demás es tu cerebro jugando a ser rey donde no existe nada sobre lo que mandar. Asiéndose a un trono inexistente y paralizándose cuando el destino le enseña quién maneja las riendas.

Me ha costado años darme cuenta y aún hoy es el día en el que mi cabeza hace de las suyas cuando el barco se escora. Pero entonces me paro y pienso, que si se va a hundir nada puedo hacer para evitarlo. No hay pause ni stop en ese mando que creo poseer.

Me planteo que si esa persona quiere irse de mi vida, de nada sirve que yo la sostenga cada vez más fuerte. Que si ese trabajo no es para mí es inútil las veces que me aferre a él. Que si, en definitiva, algo va a ocurrir lo superaré. De un modo u otro, como tantas otras veces. Pero no puedo evitarlo, haga lo que haga por ir contra la marea.

El control es un torbellino de emociones que nubla la mirada, porque pierdes de vista la meta mientras tratas de manejar una situación que no está bajo tu influjo.

Aunque lo vemos al revés. Creemos que dejarnos llevar es vivir sin rumbo, cuando en verdad siempre tenemos que volver a ajustar las velas una y otra vez. El secreto no es navegar a la deriva, es mantenerse firme cuando el temporal nos aleja de la ruta.

Asumir y afrontar las cosas cuando ocurran, sin pre-ocuparnos antes de tiempo, es el único modo de vivir plenamente.

Permitirte actuar guiándote por tus valores, luchar por lo que quieres y aceptar que no ganarás siempre, ser dueño y responsable únicamente de ti mismo (y créeme que ya es mucho) es lo que te llevará al éxito.

El éxito llega cuando delegas, compartes, aceptas, asumes y creces. Cuando, después de esforzarte, de luchar, de pelear por lo que deseas; después de formarte, prepararte y dar lo mejor de ti, eres capaz de cerrar los ojos y confiar.

Fiarte a ciegas de quienes te acompañan en el camino, de tus capacidades, del destino, de un dios o de cientos. Soltar el cetro, bajar del trono y vivir en medio de la incertidumbre es lo que hace que crezcamos.

Porque solo perdiéndonos podemos encontrar los millones de caminos que jamás hubiéramos explorado de otro modo.

No sabes lo enorme que es el mundo de las posibilidades hasta que tienes el valor de descubrirlo.

Todo lo demás, es dejarte la vida conduciendo en un simulador, creyendo absurdamente que eso es la vida.

Pero no lo es. Y eso ya lo sabes. Deja de mentirte.