✔ ¡Espera! No puedo morirme esta noche, me queda una conversación pendiente.

✔ ¿Un accidente hoy? Me viene fatal, con todo el trabajo que tengo!

✔ Despedid@ justo cuando me he comprado un coche nuevo!

✔ ¿Cómo que me dejas? Ahora que hemos reservado las vacaciones!

Pues sí, morirás, tendrás un accidente, te operarán, te echarán del trabajo en el peor momento, te partirán el corazón.

Y eso no es todo, ocurrirá así… CHAS!, de la nada. Sin aviso, ni simulacros, ni preparación.

¿Un virus que llega de la otra punta del mundo y que nos obliga a todos a estar encerrados en casa?

¡¡Ya ves!! Menuda locura!

Y… Chas! Aquí estamos. Intentando que la mente se adecúe a un escenario que jamás ha existido. Sin referencias, ni libros de historia. Sólo nosotros y lo que hagamos con él.

Y así, aparecen los que pasan los días quejándose del aburrimiento de quedarse en casa, que consideran que están haciendo un sacrifico impagable por dejar de lado su paseo en moto o su birra en una terraza. Esos que, en su corta capacidad cerebral, creerán que alguien les debe algo por su insuperable esfuerzo.

Asomarán otros que, presas del pánico, se olvidarán de que existen más personas en el mundo y correrán para salvar sus vidas, sin darse cuenta de que el único modo de perderla es una carrera en solitario.

No me olvido de los que saturan cada red social de un contenido innecesario y que, bajo la premisa de ayudar, buscan una visibilidad con la que jamás soñaron.

Contamos (menos mal!!) con ELL@S. Los que siguen al pie del cañón, dándolo todo por personas a las que no conocen, a las que no juzgan. Esos que no saben lo que es subirse al bote salvavidas porque se quedarán hasta el final en el barco, tratando de que la escora no lo hunda, y luchando no solo contra las circunstancias, sino también contra la propia in-humanidad.

Estamos nosotros. A los que nos mata no poder hacer más, no saber nada de medicina, no haber aprendido jamás a tocar un instrumento con el que animar los balcones.

Nosotros que no tenemos miedo, tenemos pánico. Por quienes amamos, por lo que ocurrirá después y que, ante la duda, nos mantenemos.

No inmóviles. No es que no caminemos, es que seguimos rumbo.

Y ahora llega otro grupo. Ese que cuanto más turbia se vuelve la escena, más numeroso es. El de los que ante la perspectiva de aminorar marcha, deciden apostar por reinventarse creyendo que llevan la mano ganadora.

La adaptación es la clave del éxito de casi todo en la vida y hoy, lo es más que nunca.

Pero adaptarte no es tirarte a bajo y volver a construirte. No es lanzar por la borda todo tu bagaje profesional porque hay quien te está diciendo que ya no sirve para nada.

Hay vida tras la pandemia pero no para todos. Por desgracia, muchas personas se habrán ido cuando todo pase.

Y, además morirán modelos de negocio y proyectos empresariales.

Cambiarán las escalas de valores y puede que jamás vuelvan a comprar aquello que convertiste en oro.

El mundo que conocíamos ya no existirá. Tu propia mente está cambiando mientras la pandemia se extiende. Tus principios se reorganizan. Tus prioridades se reubican.

¿Y pretendes decidir ahora lo que funcionará después? Detente!

Ahora lo único que importa es que cuando esto termine, haya un mundo al que volver.

Algunos te dirán que la mejor inversión ahora es poner sobre la mesa el dinero que tengas y jugártelo a una carta que no está en la baraja.

¿Les creerás? ¿Cogerás tus bártulos y volverás a dejar que tu miedo gane? Será tu culo inquieto quien te lleve a la ruina.

Tú corres, te reinventas porque te han dicho que es lo que toca, y yo me pregunto, ¿dónde vas, cabecita loca?

Nadie sabe qué mundo encontraremos cuando todo esto acabe, ni si el decorado será el que dejamos al irnos. No lo sabemos porque aún no existe.

Estamos colapsando y de este caos surgirá un nuevo universo. Una realidad distinta.

¿Cómo vas a adaptarte a algo que aún no ha nacido?

El único movimiento posible es la quietud, la estabilidad, la constancia. Hay momentos en los que la mejor decisión, es no tomar ninguna.

Por eso, frente a esa corriente que te sobre estimula, que te vende que adaptarte a una realidad inexistente es posible y que afirma conocer hacia dónde van los aires que aún no soplan, yo te digo: para.

Yo, que vivo empadronada en el viento y que viro de camino con cada racha que me agita. Yo, que acabo demasiadas veces viviendo a la deriva porque un instinto me ha guiado.

Puedo no ser el mejor ejemplo, tengo los zapatos desgastados y el corazón en alerta. Pero he aprendido cuándo seguir las ráfagas y cuando mantener las alas cerradas y esperar cielos mejores .

Y ahora no es tiempo de lanzarse al vuelo. La única opción es dejar que ocurra. Adaptarte al movimiento que te empuja. Y esperar.

Mantén el rumbo, confía en tu brújula y aguarda la ocasión oportuna de decidir si debes cambiar de dirección, y hacia dónde guiar el timón.

Seguro que no es el mejor momento, no te viene bien lo que está ocurriendo. Pero CHAS!

Estás aquí, ahora y eres afortunado de poder seguir avanzando, mientras hay tantos seres humanos a los que estamos perdiendo en el camino.

Aligera el impacto. No luches contra las circunstancias. No te lances a las aventuras que otros te quieren vender.

Vendrán tiempos en los que no tener fuerzas no será una opción. Pronto habrá que descubrir una nueva realidad. Y será la hora de seguir o reinventar.

Pero no ahora. No aún.

En este instante solo puedes asumir que el caos va a engullirte.

Resiste la embestida y confía.

«Siéntate en el suelo y permanece«