Abre los ojos. Sí tú, que estás leyendo esto porque tienes ordenador y electricidad. Tú que en tu nevera tienes comida y en tu cama, calor. Tú que te quejas a diario de la situación en la que te encuentras, mientras ves las noticias en la televisión.

Es una época complicada laboral y económicamente para muchas personas, pero no para todas lo es de igual manera.

Acaban de terminar las fiestas navideñas, entre comilonas y regalos innecesarios, mientras familias enteras pasan hambre y frío en sus propias casas. La pobreza no es sólo la que está en la calle, pidiendo con un cartel. La pobreza es mucho más.

Pobreza es la que impide que un padre pueda darle leche a su hijo, la que hace que encender la calefacción sea un lujo al alcance de cada vez menos. Pobreza es haber comprado el sueño de un estado del bienestar, haber edificado tu vida sobre él y ver como se derrumba sin que puedas hacer nada por evitarlo.

Es una epidemia que se extiende por nuestro país para que otros puedan tener cada día más. Al año unas 7,000 personas mueren por culpa de la pobreza energética en España y más de un millón de hogares conviven con ella a diario. En la galería, un país desarrollado del primer mundo. Por dentro, un país que se muere.

Se muere dejando escapar sus talentos más brillantes fuera de sus fronteras, se muere con recortes sanitarios y educacionales que matan cuerpos y mentes a partes iguales. Y se muere porque quienes quedan, viven en la mediocridad de pensamiento, siendo anestesiados por programas basura y falta de cultura.

Hemos olvidado que ayudarnos, querernos y protegernos es el único modo de vivir y crecer. Nos conformamos con sobrevivir cuando la existencia debería ser mucho más que eso. Hay quienes ya no pueden luchar, quienes se han quedado tan solos que hasta ha cobrado fuerza una palabra para definir su soledad: aporofobia.

La fobia a las personas pobres o desfavorecidas se ha convertido en la palabra del año en 2017, dejando entrever mucho más que un premio lingüístico. En diez letras se encierra la realidad del mundo que hemos creado: una sociedad cada vez menos empática, menos caritativa, más egoísta.

Pero todo va bien. Mientras no sea nuestra casa la que desahucien, ni nuestra empresa la que cierren, ni nuestros hijos los que lloren por hambre y frío, nada importa.

Tú afirmas que te importa pero nunca tienes tiempo o ganas suficientes para reflexionar y empatizar, y mucho menos para ayudar. Aún sabiendo que hay miles de maneras de favorecer a los demás, te escudas en mil excusas y sigues tu camino sin mirar lo que te rodea. Porque sí, porque todo es más fácil así.

Me da miedo la realidad que estamos viviendo y, sobre todo, aceptando sin más. Sin enjuiciarla, sin planteárnosla. Me asusta el futuro de las generaciones que nos siguen, la apatía que se ha hecho un hueco en los sofás de tantas casas, en las mesas de otras, en las almas de muchos. No hay mayor pobreza que la que habita en el corazón de aquellos que han dejado de sentir hacia los demás.

Es una pobreza que se ha convertido ya en un modo de vida. El «sálvese quien pueda» sin mirar atrás, es la costumbre de moda para un porcentaje cada vez más alto de la población.

Fobia al pobre, al homosexual, a las razas,… Fobia a todo lo que no somos nosotros, a todo lo que suponga marcar un estatus que nos haga mejores que el resto. Amigo mío, la realidad es que no eres más que nadie, no eres menos que nadie. Eres quién eres por tu pasado, por tu entorno y por tus circunstancias. Un sólo giro en una calle equivocada habría llevado tu camino por otros derroteros bien distintos. 

Llámalo suerte, llámalo fortuna, llámalo destino. Lo cierto es que lo llames como lo llames, es hora de observar y descubrir en la mirada de los demás la tuya propia. 

Despierta ya! Abre los ojos ante una realidad tan habitual, que ni siquiera te das cuenta de que vives con ellos cerrados.
La moda es voluble, cambiante y es momento de asumir el reto de cambiarla. Pongamos de moda el gritar que mientras otros sufren nada está bien, el parar de quejarnos de minucias cuando los verdaderos sinsabores de la vida todavía no nos han alcanzado y, sobre todo, vistámonos de empatía y solidaridad.

Es un reto gracias al que descubrirás que sólo acompañado alcanzarás las metas más elevadas y que los miedos y las fobias te aíslan tanto a ti como a aquel que rechazas. Cuando aceptes el desafío de observar el dolor de otro y sentirlo tuyo, cuando llores por esos niños que les han pedido comida y un trabajo para sus padres a los Reyes Magos, cuando alces la voz contra las injusticias, cuando arropes a quién te necesita, crecerás. Y es en ese proceso en el único lugar donde habita el secreto de la vida misma.

Ha llegado el momento de actuar, ¿te sumas al reto?