Ayer se celebró el día del trabajador un año más. Cada primero de Mayo los sindicatos salen a la calle a reclamar derechos que olvidan defender durante el resto del año. Hace unos meses escribí un artículo sobre el modo en el que nos tienen callados y entretenidos, gracias a diversiones mundanas (“Pan y circo”), como lo hacían los romanos con la plebe. A día de hoy poco ha cambiado el cuento, aunque es de agradecer que se haya dejado de permitir el asesinato de personas en plaza pública.

Los dirigentes políticos han tenido siempre muy claro que el pueblo es el escalafón social mayoritario y eso les otorga un poder intransferible. Ya lo dice el dicho “la unión hace la fuerza”, por eso es necesario que la unión no exista. Y así, van dividiéndonos entre equipos de fútbol, ideologías políticas y gustos variados, logrando que nos pasemos la vida defendiendo creencias que nada tienen que ver con derechos o necesidades realmente importantes.

Nos tragamos con agua y migajas de pan la situación económica del país, los enchufismos, la corrupción, los mecenazgos burdos e inmerecidos y todo tipo de irregularidades. La crisis ha llevado a familias enteras a la más absoluta pobreza, mientras que ha enriquecido a unos pocos. Las cifras del desempleo aumentan y disminuyen, en función de trabajos precarios que surgen para cubrir necesidades tan volátiles que no ofrecen ninguna estabilidad.

La natalidad en España ha caído hasta el 1,32 por mujer, mientras que el mínimo para asegurar el remplazo generacional se sitúa en el 2.1. L@s jóvenes no tienen hijos porque no pueden tenerlos, porque la precariedad laboral, la incapacidad para acceder a la vivienda y la inseguridad se han instalado como una losa en nuestro día a día. Tener descendencia ya no es una elección: no la tiene quien quiere, sino quien puede. Pero no parece preocuparle a nadie.

Hoy mismo, en las noticias, me encuentro con peleas y agresiones en distintos campos de fútbol. Puñetazos y patadas como si les fuera la vida en ello, de personas que viven una situación si no como la narrada, seguramente muy parecida. Ciudadan@s que llevan el orgullo de unos colores grabado tan a fuego, que parecen no ver más allá. Me sorprende la escalada de violencia en los colegios, en los deportes, en las calles, personas de a pie que agreden a otras personas de a pie. Gente con sus problemas, sus vicisitudes, que se dan con otras personas con sus misma problemática o semejante.

La celebración del día del trabajador se produce en un momento en el que muchas personas han perdido la esperanza de volver a serlo. Mientras, otras tantas viven en un estado ilusorio de serlo en trabajos infravalorados, con sueldos irrisorios que no les permite una independencia económica.

Hemos olvidado las luchas que otros han tenido que padecer, para que nosotros gocemos de unos privilegios que nos estamos dejando arrebatar uno por uno.

A pesar de ser España el país con más cargos políticos de la UE, los ciudadanos somos muchos más. Si alguien puede cambiar las cosas, somos nosotros. De nada sirve esperar pacientemente que las habichuelas mágicas caigan del cielo, ni encerrarse en casa a consumir telebasura, ni a desquitarse en campos de fútbol.

¿Es posible que sea hora de empezar a plantearse que otra realidad es posible, que las cosas pueden cambiar, que aceptar lo que nos dan nos hace perdernos lo que podríamos conseguir? Puede que seamos pocos, pero estoy segura de que aún quedamos quienes no nos conformamos con pequeñas dosis de absurda diversión y sobras de comida, para ser felices.