Se acerca la Navidad y con ella los polvorones, los mazapanes, el turrón y…  la compra- venta de la felicidad más ostentosa.

Que se note. Que se note mucho que eres feliz, aunque sea de mentira. Ponerse la careta y fingir que todo va bien es lo correcto. ¡Cómo no! No hay año en el que los anuncios, las tiendas, la sociedad en general no nos acribillen con mensajes cuyo único fin es convencernos de que en estas fiestas tenemos la obligación de ser felices.

Hace ya mucho tiempo que se nos viene vendiendo la felicidad como un estado de vida gracias al que todo irá bien, pero es ahora cuando el bombardeo se torna brutal.

Personalmente no creo en la felicidad como un modo de andar por mi existencia. Creo en la felicidad de a poquitos, la que se encuentra en los pequeños detalles. Para mi día a día, me visto de actitud positiva y de apreciación. Ya lo decía Tolstoi:

«Mi felicidad consiste en que sé apreciar lo que tengo y no deseo con exceso lo que no tengo»

Pero contigo, si es que aún crees que debes luchar por alcanzar la felicidad, quiero hacer un viaje. No uno al uso, con maletas y billetes de avión. No necesitas vacunas ni equipaje, sólo necesitas tu mente y tus recuerdos. Estoy segura de que te sonará. ¿Preparado?

El fantasma del pasado

Si volvemos atrás en el tiempo, ¿recuerdas los días de lluvia en tu infancia? Tu madre te ponía botas y gabardina, te daba el paraguas e intentaba que no te mojases. Pero tú tenías otros planes. Para ti era la excusa perfecta para chapotear en los charcos, luchando contra otro barco pirata, encallado en el patio del colegio.

Quizás con los años has olvidado la sensación de aventura que tenía cada excursión, el dolor de tripa que causaba reírse hasta terminar llorando por oír un pedo o aquel escalofrío que te recorrió el cuerpo cuando la persona que te gustaba te miró por primera vez. Disfrutabas de los momentos como si fueran los últimos.

Es curioso que en aquella época no tuvieras nada que pudiera llamarse tuyo y sin embargo, no necesitabas más que tu imaginación para construir un mundo mágico y feliz.

No tenías dinero propio, más allá del que tu abuela te colaba en la mano sin que tus padres la vieran. No tenías más trabajo que el de estudiar para “labrarte un futuro”. Ni tenías, ni querías otro amor que el de tu familia y amigos.

Tu aspecto no te preocupaba. Podías ir lleno de barro hasta las cejas y, cuando tu madre te lo echaba en cara, sólo podías pensar en lo mucho que te habías divertido tirándote por un tobogán hasta una piscina de lodo.

Todo es mágico cuando se observa desde los ojos de un niño, todo cobra una esencia que con los años se difumina hasta terminar por hacerse invisible. Una flor en medio de un camino empedrado, el olor del desayuno por la mañana, los nervios antes de un examen, un gesto, una mirada.

Ayer habías peleado hasta la extenuación con un compañero de colegio, pero hoy es tu mejor amigo otra vez. Ayer suspendiste un examen pero hoy vuelves a calzarte la mochila y te subes de nuevo al ring. ¿Por qué? Porque de niños no vivimos en el pasado, no nos flagelamos con lo que pudo ser y no fue.

Anclamos nuestros pies en el presente, en el ahora. Nada más importa y sólo queda disfrutar de cada instante.

De adultos pasamos la mayor parte del tiempo arrepintiéndonos del pasado. El presente se nos escapa como arena entre los dedos, no permitiéndonos vivir en él. Hemos olvidado que la felicidad crece en cada momento que vivimos, no es un fin en sí mismo si no un camino.

El fantasma del futuro

Cuando empecé mi rehabilitación no era del todo consciente de qué me esperaba, así que cumplía con lo que me mandaban y observaba, como una mera espectadora, lo que ocurría.

Con los días descubrí que aquello funcionaba, que mejoraba a diario. Y fue entonces cuando tropecé.

Podría haber seguido alcanzando pequeñas metas pero mi mente se obsesionó con el resultado final, sin pararme a admirar los pequeños avances que lograba. De pronto, todo se volvió cuesta arriba. La frustración se apoderó de mí y no existía en mi mente otra felicidad que la de llegar a la meta. ¿Qué había cambiado? Simplemente que había dejado de vivir en el presente para empezar a vivir en el futuro.

No fue hasta que volví a pisar el ahora, hasta que reparé de nuevo en las sonrisas orgullosas de quienes me quieren, que logré recolocar el foco. Volví a centrarme en el hoy, en lo que podía hacer en ese momento para acercarme al fin último de aquella aventura.

Desde aquel momento vivo así mi vida: pasito a pasito. Aprendiendo y disfrutando de cada momento, extrayendo lo positivo de cada vivencia y manteniendo claras mis metas, pero permitiéndome pararme a atesorar momentos en el camino. Ahora sé lo importante que es recolocarme en el presente cuando mi mente tira de mí hacia un lugar en el que no quiero estar.

Tener objetivos es vital, pero disfrutar del sendero que nos lleva a ellos es lo que nos hace realmente felices. Ir por la vida con la vista clavada en el fin es perdernos la mitad de las vivencias, experiencias y aprendizajes que el destino nos depara.

Los adultos colocamos la felicidad del lado de la posesión y de la consecución obsesiva de logros. Es ahí, en ese punto exacto, donde radica la imposibilidad de alcanzarla. Vivimos en el futuro y eso nos arrebata la felicidad que nos otorga el ahora.

El fantasma del presente

Afirman los estudios más recientes que somos mucho más infelices hoy de lo que lo éramos hace 20 años, y no me sorprende.

Hoy en día, corremos tras las metas como los asnos tras las zanahorias y, cuando las alcanzamos perdemos la ilusión hasta que encontramos otra que perseguir. No eres infeliz por no tener lo que deseas, lo eres porque has olvidado disfrutar de la lucha que te lleva a conseguirlo.

Crees que ese coche nuevo te hará feliz, que tu vida mejoraría si tuvieras pareja, que todo iría de lujo si fueses más alto o que encontrar el trabajo de tus sueños pintaría una sonrisa perenne en tu rostro. Sin embargo, no estás dispuesto a disfrutar del camino que te lleva a ello. ¿De verdad crees que has venido a este mundo a sufrir mientras corres de meta en meta?

Si no has conseguido ser feliz con lo mucho o lo poco que tengas, no lo serás tampoco con lo que te falta.

Estás perdiendo tu presente persiguiendo la felicidad como un sentimiento perpetuo. Sientes que cuanto más corres tras ella más se aleja. Y todo porque aún no te has dado cuenta de que la felicidad no es un estado vital, es la suma de miles de pequeños instantes.

El momento es ahora

Únicamente aquí y ahora puedes hacer la diferencia. Tu presente es moldeable, adaptable, y tú mismo también lo eres.

No puedes cambiar el pasado pero sí aprender de él. No podrás conseguir nada en el futuro si no empiezas actuar en el hoy. 

Te agotas en la carrera hacia un objetivo sin mirar lo que te rodea, sin apreciar lo que ya tienes. Vives cada obstáculo como un infortunio, cuando podrías cargarte de actitud positiva y reconocerlo como un reto que te preparará para el siguiente.

La definición de felicidad es personal e intransferible pero, créeme, no se encuentra en objetos ni en posesiones. La felicidad se desgrana sorbito a sorbito, aunque te cuenten miles de cuentos diciendo lo contrario.

Permítete crear tu historia a cada paso. Sólo tú decides si vivir atado al pasado, en un futuro incierto, o en un presente donde puedes cambiarlo todo a tu antojo.

La felicidad se crea con cada elección, es la suma de vivencias y la consecuencia de tus decisiones. Ya es hora de que despiertes y tomes la tuya. Este es tu momento de ser feliz. ¿Qué decides?

«Buscamos la felicidad, pero sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que tienen una». Voltaire