Ya lo canta Melendi en su canción. Ahora es el momento de romper con lo establecido, de quitarte las gafas que te pintan el mundo de un color que nada tiene de realidad.

Corremos tras el futuro. Lo perseguimos incansable y tontamente, como quién persigue el horizonte intentando atraparlo.

El futuro es ahora, porque cada segundo que pasa es el futuro del que le precedió. Y aquí estamos, rompiendo todos los límites de la tecnología, viajando por el universo, cumpliendo metas y dejándolas atrás.

Con nuestro afán de ser cada vez más, más competitivos, más influyentes, más poderosos, hemos convertido a cada persona en clientes potenciales o fidelizados. En números, en letras, reduciendo la esencia que habita en cada una de ellas a una ley estadística de posibilidad de venta.

Nos han enseñado a juzgar a los demás, a aquellos que no son como nosotros. A mirar mal al diferente, al que piensa más allá, al que ha aprendido que no tiene por qué anclar sus raíces en un tiesto cuando la tierra que le rodea es infinita.

Cuando naciste te metieron en un saco: niños o niñas. Y, con los años has ido entrando, queriendo o sin querer, en muchísimos otros. Aprendemos a formar parte de un grupo y a quedarnos con él, sin plantearnos siquiera movernos, y observando con recelo a los demás, a través de las gafas con las que hemos crecido.

Lo han conseguido. Las fronteras son cada vez más altas, no ya entre países si no entre unas personas y otras. El blanco es simplemente un blanco, el negro es simplemente un negro. Las rubia, tontas, las morenas, estiradas, los licenciados tienen más dinero, los del norte son serios, los del sur vagos.

¿Cuándo dejamos de ser personas y nos convertimos en keywords? ¿En KPIs?

Se habla de generaciones. Generación X, Z. Millenials, Baby Boomers. Engloban en un todo lo que siempre ha estado formado por muchas partes. Nos quieren así, encasillados, adormecidos y callados. Creyéndonos importantes por pertenecer a algo más grande, cuando la verdadera grandeza sólo se alcanza cuando escapamos de las etiquetas que otras personas nos colocan sobre los hombros.

Y a aquellos que seguimos queriendo mirar a los ojos, escuchar, aprender y mejorar, todo nos cuesta mucho más.

Conozco a grandes profesionales que han conseguido vivir como freelance sin pasar por ese aro, reconociendo la individualidad de cada persona, dejando de lado la letra que otros han escrito sobre sus cabezas. Sin embargo sé lo muchísimo que les ha costado lograr sus objetivos manteniendo esa actitud.

Lo reconozco. No sé vender mis servicios. Al menos no como se supone que debería hacerlo, no cómo exige un mercado que me pide que destaque mis miles de virtudes y esconda mis carencias. Ni sé ni quiero lograrlo quedándome en mi target y no inspeccionando más allá. Cuántas almas e historias me perdería si sólo pudiese fijarme en quienes usan el mismo color de cristal que yo. Me niego a que mi estrategia pase por convertir en gente a las personas.

Las empresas se frotan las manos cuando les cuentan que, con un solo anuncio, pueden conquistar nada menos que a una generación completa. Pero, ¿es así de sencillo? y, sobre todo, ¿es así de triste? Lo que te han contado a ti, que vendes tus productos o servicios no es la realidad.

Te han convencido de que una estrategia exitosa pasa únicamente por meter tu publicidad en un saco y esperar resultados. Te contaron que todo el mundo mirará a través de tus lentes, sólo porque les digas que deben hacerlo. Pero no. Se trata de mucho más. De lo que se trata es de rozar el alma de quién te escucha, de hacerle saber lo importante que es y de descubrir a su lado sus necesidades para poder cubrirlas.

Quizás sea el momento de dejar de perseguir el futuro y comenzar hoy a crear aquel que nos gustaría tener. Seas X, Y o Z, esas letras no representan todo lo que eres. No te enorgullezcas de pertenecer a un saco en el que otros dicen que debes estar. Observar la vida a través de los cristales que te has colocado, es perderte la gran mayoría de lo que ocurre a tu alrededor.

Y yo, que no te encuentro cuando te busco, que me niego a mirar sólo con tus gafas, que busco tus ojos y me pierdo en las mareas de miradas perdidas, te pido que te arranques la etiqueta. Despréndete de las gafas. Asómate al mundo sin barreras, ni prejuicios.

Únicamente cuando lo hagas, descubrirás a quienes llevamos tiempo esperando que levantes la vista para poder encontrarnos. Aprenderás que hay mucho más allá de los hashtags. Y si no lo crees, no te pierdas este artículo de May López.

Hay personas, individuos que jamás estarían a tu lado, si no es porque tú decides ponerlas ahí. Los que te han educado a ver como raros por ser simplemente distintos a ti. Y es de esas personas de las que más aprenderás.

Porque ellos, vengan de donde vengan, un día tuvieron la valentía de elegir vivir sin cristales de por medio y decidieron a quiénes dedicarles sus miradas. Y lo hicieron. Lo lograron y hoy te esperan para que tú puedas hacer lo mismo.

Por esta vez, sólo quitándote las gafas serás capaz de ver.

«Si decido llamar raro al diferente es porque no me quiero ver»