Internet y las nuevas tecnologías han abierto un mundo de oportunidades. Es innegable el inmenso valor que supone el poder estar conectados desde cualquier lugar del mundo. La posibilidad de realizar proyectos con personas que viven a miles de kilómetros de nosotros desde la comodidad de nuestro hogar, el poder trabajar desde donde deseemos sin necesidad de anclarnos 8 (o más) horas a una silla de oficina, se cuentan entre las ventajas de la red de redes.

Sin embargo, como ocurre con cualquier invento o novedad, no todo es positivo. El lado oscuro aparece siempre, de uno u otro modo, y cuando lo hace es casi imposible controlarlo.
Las redes sociales, sobre todo, han traído aparejada una necesidad de presencia constante, de no perderse nada, de ansiedad por no estar, por no ver, por no ser visto. Muchas son las personas que consultan sus redes nada más abrir los ojos, y son lo último que ven cuando se acuestan.
Las connotaciones negativas en adultos son, por supuesto, importantes; pero cuando hablamos de niños y adolescentes, son vitales. El correcto crecimiento de un niño no debería ir de la mano de la continua presencia del móvil, sino del amor y la educación constante de quienes le rodean. 
Es inviable que las nuevas generaciones aparten su visión de los aparatos electrónicos si los adultos, que somos sus mayores referentes, no lo hacemos. Y, ojo, no hablo sólo de lo negativo que es no relacionarse cara a cara con los demás, de haber olvidado los juegos en la calle ni de ocultarse tras una pantalla, voy más allá.
Los casos de cyberacoso se multiplican por la posibilidad de anonimato que fomentan las RRSS, así como aumentan exponencialmente los casos de menores que ven mermado su descanso e incluso su autoestima, viviendo en un continuo miedo de verse alejados de los eventos sociales si su presencia online no es constante.
Estudios recientes alertan del abuso de estas aplicaciones en adolescentes, de entre 10 y 13 años, y de la necesidad de un control parental, facilitando a los menores la desconexión y la realización de otras actividades.
Al fin y al cabo las redes sociales surgieron como un medio: de comunicación, de contacto y de relacionarse; pero con el paso del tiempo se han convertido para muchos adolescentes en un fin en sí mismas. Todo vale con tal de tener más «likes», más «followers», ser más «influencer», todo a cambio de nada. Ni amistades desinteresadas, ni conocimiento real de la personalidad, simple postureo puro y duro.
Su realidad está marcada, como lo estuvo la nuestra, por el afán de aceptación. Sin embargo, los riesgos son mayores, ya que no tienen filtro. Desean ser admirados, queridos y eso a costa de no filtrar a sus seguidores (gente que ni conocen, ni saben su edad, ni sus intenciones) y de ir cada día más allá con sus fotografías (llegando incluso a peligrar su integridad física y/o moral).
Conozco casos, de manera personal, de niñ@s que se pasan horas mirando Instagram, tras haber subido una foto, con miedo de que nadie le de un “me gusta”. Y, si eso ocurre, la borran y suben otra, buscando siempre lo que los demás pueden querer; no lo que ellos desean compartir. Tal es su afán de pertenencia al grupo, que se olvidan de sí mismos, en pos de lo que otras personas esperan o quieren de ellos.
Todas estas acciones se realizan, muy habitualmente, con el total desconocimiento de sus progenitores que ignoran por completo lo que sus hijos suben y comparten en Internet.

Por ello, por el salto generacional que se establece en algunos casos, los menores no son advertidos, ni aleccionados y viven, ajenos a los peligros, pensando inocentemente que nada les puede hacer daño. Esa sensación de invencibilidad, de que el mundo es suyo que todos hemos sentido cuando el destino aún nunca nos había golpeado, es de lo que se aprovechan quienes acceden a sus perfiles con macabras intenciones.

En esta era en la que los menores nos ganan por la mano en el uso de las nuevas tecnologías, es importante ponerle freno a la mala utilización de las mismas, concienciar, comprender y educar. No se trata de prohibirlas puesto que estaríamos dejándoles fuera de un avance que ya se ha generalizado; simplemente consiste en darles las herramientas necesarias para que sepan gestionarlas de la mejor manera posible, sin exponerse, ni ponerse en riesgo.
Ellos son nuestro futuro, nosotros somos su presente. Si no les ayudamos, ¿quién lo hará?