Hacía muchos años que no me sentaba a escribiros. Lo sabéis bien. Y, sin embargo, aquí estoy porque esta vez deseo creer en vuestra magia.

¿Recordáis aquellas cartas que os enviaba, cargaditas de juegos y regalos de todo tipo? Serán los años, o los daños, pero esta vez no quiero nada material.

Os pediría amor, dinero, trabajo y felicidad para todo este año 2020, pero no voy a hacerlo, porque son cosas que puedo gestionar yo sola.

Lo que deseo este año va más allá porque no es un qué, es un dónde.

Sí. Un dónde y también un cuándo. Y no lo pido únicamente para mí, si no para todas aquellas personas que se sientan indentificadas con mis letras.

Me gustaría que me ayudaseis al regresar al momento en el que mantenía intacta mi ilusión, en el que mi autoestima se comía el mundo y pensaba que podía con todo.

Os pido un viaje a ese instante en el que me quería tanto que me daba igual cuánto o cómo me querían los demás. Aquel en el que nadie había roto mi credibilidad en mí misma y en el que mis musas volaban tan libres que me costaba acariciar una única idea.

Creí tanto que aquellos momentos serían eternos, que no los aproveché lo suficiente y me permití perderme a mi misma pensando que podía conmigo y con todos los demás.

Es por eso que ahora me cuesta tanto sentarme a escribir algo que me atreva a exponer públicamente, es por lo que se me hace un mundo confiar en quiénes me rodean y el motivo por el que he dejado de merecerme quererme a mí misma.

Pero este año 2020 me he propuesto retornar a esa Ítaca que me había labrado a pulso, que había construido piedra a piedra y que permití que se desmoronara por no dedicarme a cuidarla como merecía.

Me embarqué en otras guerras y dejé que personas ajenas a mi lucha me convenciesen de que la suya era mía, hasta que me olvidé de que mi causa es la única que he venido a defender en este mundo. Nunca en solitario, pero jamás en bandos ajenos.

Y ahora, que aquella guerra ha dejado de necesitarme, me hacen a un lado y cuando quiero regresar veo que no hay lugar para el retorno.

He perdido mi esencia, por creer que diluirla en la de otros no cambiaría nada y, sin embargo, ya nada es igual.

Sin ella, no soy. No es que sea alguien distinto, es que ni siquiera siento que exista. Y camino por el mundo, intentando ser vista cuando ni yo encuentro mi mirada en el espejo. Exigiendo a los demás aquello que solo yo puedo concederme, porque no tengo el valor de devolvérmelo.

Lo sé, queridos Reyes Magos, este año os lo pongo de nota. Ya que en mi camino me he encontrado con otras personas perdidas, a las que le falló la brújula, es por ellas, las conozca o no, para las que os pido también.

Para quiénes tras una vida dedicados a una empresa se ven sin lugar donde acudir a diario. Para l@s que acaban de finalizar sus estudios, y no divisan puerto en el que atracar. Para aquell@s para quiénes levantarse cada mañana se ha convertido en una tortura por el destino que le depara la jornada laboral.

Este año, deseo creer en vuestra magia más que nunca y os pido que les devolváis a tod@s ell@s su Ítaca y les traigáis un feliz viaje de retorno.

Y mientras llegamos a destino, que quiénes nos quieren, no nos abandonen a pesar de la pelea que nos queda por librar. Que nos perdonen las flaquezas y los enojos. Que la ayuda llegue cuando sea necesaria. Que no nos falten las fuerzas para volver a ser quién éramos y que el año que viene, os recibamos con vino, agua, polvorones y el agradecimiento eterno.

Porque Ítaca nunca ha sido un lugar siempre ha sido aquello que poseemos todos y cada uno de nosotros, lo que nos hace diferentes y únicos. Y al no tenerlo ¿cómo se puede ser feliz?

Sin Ítaca no hay vida, porque ella es la materia que conforma cada ser que puebla este mundo.

Por eso, queridos Reyes Magos, este año lo único que quiero es que recuperemos Ítaca.