Querido 2020,
¿Te acuerdas cuándo nos conocimos? Yo era feliz, en una relación asentada, en un pueblo que me había adoptado con amor. Tenía amigos, familia y tranquilidad. Ese día me había puesto mis mejores galas para recibirte, eso sí, el gorro y el matasuegras no faltaban en mi atuendo. Toda mi familia estaba deseando dar la bienvenida al nuevo año y, tras la última campanada, hiciste tu entrada triunfal.
Parece que hace siglos que estamos juntos, casi como si hubieran pasado muchas vidas desde que entraste en mi existencia y le diste la vuelto al mundo. Al mío, al de todos.
Comenzamos nuestra ruta juntos tranquilamente, de la mano, sin sobresaltos. Parecía que sería un camino sin demasiados altibajos, pero jamás esperé lo que te guardabas en la manga. No habías traspasado los límites de la realidad solo, llegaste con un millón de huracanes.
Me deparabas una dolorosa ruptura sentimental, un tratamiento médico de por vida y un retorno al hogar que había abandonado. Para principios de febrero ya habías mostrado tu peor cara y me habías hecho soportar mucho más sufrimiento del que pensé que podía aguantar, pero a ti aún te quedaban fuerzas para aumentar el nivel.
En medio de la mayor de mis tormentas, desataste una pandemia mundial. Un virus llegado del otro lado del mundo y que jamás pensamos que nos afectaría, derrumbó nuestra realidad y nos encerró en casa primero, y en nuestros propios cuerpos después.
Pensé que no podría, me daba pánico pensar en mi reacción estando confinada en una casa en la que las cosas no siempre son fáciles. Mi mente estaba intentando hacer frente aún a lo ocurrido en mi vida cuando, de pronto, debía hacerse cargo de algo mucho más grande, estuviera lista o no. Pero lo estuvo. Lo estuve.
Medité, leí, bailé, escribí y conseguí no hacer nada. Me dediqué tiempo para curarme y cuando estaba sanando, decidiste que aún podría soportar algo más. Y entonces, me demostraste que aquello que consideramos vital se vuelve absurdo ante lo realmente importante.
Me robaste a una de las personas más importantes de mi vida, pero no lo hiciste rápido, ni fácil. Me la quitaste a instantes, a momentos, a sobresaltos. 23 días de montaña rusa emocional, 552 horas de ejercicios mentales, más de 30.000 minutos de contención para no quebrar el estado de alarma y correr a su lado. Y, después de todo aquel esfuerzo, te la llevaste.
Mantenerme a flote en aquel momento, con mil batallas ya ganadas y una guerra librándose aún en mi interior ha sido una de las cosas más duras que he tenido que hacer en esta vida. Ser capaz de seguir adelante, sin ataques de ansiedad, gestionando correctamente la ira y manteniendo una relativa calma, es mi logro personal. No de este año, si no de una vida entera de descontrol emocional.
Desde aquel momento es como si la montaña rusa hubiera acabado su recorrido. Porque, habiendo llegado al límite de mis fuerzas varias veces y tras seis meses de resistencia brutal, llegó un juicio ganado, un nuevo trabajo, proyectos de colaboración y paz mental.
Todo es tan caótico hoy como lo era cuando llegaste y giraste mi universo. El coronavirus sigue aquí, la normalidad no existe en ningún rincón de mi realidad. El miedo es parte ya de cada vida. Los besos y abrazos se miden en metro y medio de distancia y lo que se fue no volverá. Lo sé.
Has traído toneladas de sufrimiento al mundo, millones de lágrimas han cubierto la tierra desde que le dimos la vuelta al calendario, incontables almas nos han abandonado y es incalculable el valor de lo que te has llevado. Lo sé.
Y aún así, 2020, tú que me has robado tanto me has dejado también enormes lecciones vitales que recordaré siempre. Jamás podré olvidar lo aprendido con tanto dolor.
Ahora se acerca tu final y te despido sin rencor, a pesar de todo. Porque aquella carta que te guardaste en la manga al conocernos, aquellos huracanes que colocaste en el centro de mi existencia han logrado fortalecerme, abrirme los ojos respecto a muchas realidades que debía conocer, descubrir partes de mi que tenía que ver y potenciar lo que pensé que no tenía importancia.
Tenía muchos propósitos para 2020 y, aunque no he cumplido ninguno de ellos, puedo asegurar que he crecido más en estos 365 días que en años. Has sido un año de dolor, pero también de cambios que debíamos hacer, como personas, como sociedad.
Hace un año, les pedí a los Reyes Magos que cada persona de este mundo llegase a su Ítaca, que les dieran fuerza para encontrarla, valor para luchar por ella y ayuda cuando la necesitaran. Puede que hoy estemos más cerca que nunca del retorno a lo único importante, aunque lo hayamos tenido que aprender de un modo tan horrible.
Por mi parte, haciendo balance, me quedo con lo positivo. Me quedo con el aprendizaje, con las videollamadas absurdas, los retos que unían a personas que jamás se habrían conocido, los vecinos con los que nunca había hablado, la música desde los balcones, la fortaleza de l@s sanitari@s, la solidaridad social, el cariño que desprenden las miradas cuando no hay labios que ver.
Acabo este año cargada de AMOR, así en mayúsculas, porque es el que me tengo a mi misma y había olvidado. Me llevo el alma llena de GRATITUD a las personas hermosas que me han acompañado y a las que se han ido para permitirme seguir mi camino. Hoy acepto mi caos, el que desataste y en el que vivo desde entonces. Asumo las tormentas como parte de la vida y sé que soy capaz de soportar millones de huracanes más.
Gracias por los daños, pero ha llegado tu hora. Hemos terminado.
El universo da sus más grandes batallas a sus mejores guerrer@s
Namasté Cristina
Sukhino Bhava, Ric.
Cuánta sabiduría en tus palabras, Cris. Cuánta verdad reposada y en paz… Como un lago quieto, profundo y cristalino, donde nos reflejamos y, a la vez, nps embelesamos mirando la belleza del fondo, con sus rocas, sus plantitas, sus pececitos, alguna suciedad…
Gracias por escribirlo, porque al leerte, yo también despido mi 2020. En mi caso fueron otras tormentas, otros huracanes, en los que también creí no poder resistir, no tener las fuerzas para seguir. Y me entregué, dejé de luchar… Y ahí, al dejar de resistirme tuve las fuerzas para levantarme y hacerme cargo. De mí, de los daños, de las personas que amo, de mi entorno. Pero también de mis sueños. Entendí que necesitaba esa sacidida para quitarme miedos y alejarme de lo tóxico. Y reencontrame con la vida, con mi vida, con la de los míos con mucha más calidad y cercanía a pesar de las distancias. Yo también te doy las gracias, 2020.
Perdemos muchas energías luchando por salir de mil tormentas cuando lo que debemos hacer es aprender a vivir en ellas, dejarlas ser, fluir. Es uno de los aprendizajes más costosos pero más enriquecedores de la vida. Dejar que pase lo que tenga que pasar e ir adaptándonos a ello, renunciando y convirtiéndonos en alguien mejor.
Tú me llevas siglos de ventaja en esa sabiduría, pero estoy en el camino jajajja. Te deseo paz y armonía, lo demás vendrá.