Es curioso como siendo todos humanos, creados del mismo modo, con una herencia genética similar, somos tan terriblemente distintos. Cómo unos conocen cientos de sensaciones que otros ni siquiera imaginan.

 

El miedo es, sin embargo, un sentir universal. No todos tememos las mismas cosas, pero todos sabemos lo que se siente cuando se agarra al estómago esa sensación de vértigo que activa todas nuestras alertas.

 

En cambio, hay variantes a ese sentimiento. Hay quienes se engrandecen ante el miedo, quienes son capaces de mirarle a los ojos y vencerlo en un instante, mientras otros huyen despavoridos a esconderse.

 

Y luego estamos, aquellos que aún sosteniéndole la mirada, tenemos una carga extra: la ansiedad. Se usa demasiado ese término, tanto que ha perdido el significado real que supone en la vida de quiénes lo hemos conocido de primera mano.

 

Existen en nuestro lenguaje muchas palabras que se han desgastado con el uso, que han perdido la importancia, la grandeza y hasta su verdad más intrínseca.

 

La ansiedad no es una tontería, no es un juego, no es algo que pase de puntillas por tu vida y se vaya sin más. Es un conjunto de síntomas asociados a algo mucho más profundo que puede llegar a condicionar tu existencia.

 

Ojalá no sepas lo que es, deseo que desconozcas los síntomas. Pero quién sí le ha mirado cara a cara, reconoce la hiperventilación, el nudo en el estómago, el sudor frío, la necesidad de escapar, la desazón y esa irracional sensación de que algo terrible te va a ocurrir sin que puedas evitarlo.

 

La ansiedad son todos los «¿y si?» del mundo cruzando juntos por tu mente. Es llamar a cualquiera por teléfono para pasar el ataque. Cuando llega no sólo falta el aliento, falta la vida misma. Es preocuparte por lo que pueda pasar aunque sea algo tan absurdo que roza la locura. Es preguntarte una y mil veces «¿por qué a mí?». Es decirle a tu mente que puede con ella mientras le sacuden miles de voltios de miedo.

 

No es lógico, porque al racionalizarlo pierde toda su fuerza, sólo que no puedes hacerlo mientras giras en el torbellino emocional en el que te atrapa. Puedes escapar, pero la inercia te atrae una y otra vez a sus garras. Y mientras más luchas, más te hundes en ella. Pierdes las fuerzas y hasta el alma en un desgaste continuo, y cuando pasa, te sientes tan agotada que pareciera que te hubiera chupado la propia esencia que hace que tú, seas tú. Te pierdes en sus fauces y cuando decide dejarte en paz, ya no hay paz a la que volver. Es el miedo más feroz: el miedo al miedo.

 

En mi caso la ansiedad aparece, en un porcentaje muy elevado, con la pérdida de control. Esa sensación de que pierdo la capacidad de controlar ciertas circunstancias generan en mí ansiedad.

 

Cuando intento que todo sea perfecto y se trunca por una o mil partes. Cuando espero que una persona se comporte de cierta manera y lo hace de la contraria. Cuando vivo una situación en la que no puedo decidir completamente cómo o cuándo salir de ella.

 

Durante años conviví con la ansiedad dejándome llevar por su vaivén. Siendo su títere más sumiso. Al aparecer, permitía que paralizase todo mi mundo. Me rendía a ella y a la terrible estela que dejaba tras de sí. No sólo perdía el control de la situación, si no que llegué a perder el que tenía sobre mí misma.

 

Un día, no uno especial, no uno en el que yo fuese distinta, sólo uno cualquiera, algo hizo clic en mi interior y decidí que no podía permitirme vivir a expensas de una invitada que aparecía y desaparecía dejando mi existencia patas arriba con cada visita. Tomé las riendas y conseguí, no vencerla, pero sí controlarla.

 

Sigue en mí, siempre lo ha estado. Es como una pequeña bola alojada en la boca de mi estómago que vive perpetuamente en mi interior. Mi única victoria fue saber que mientras la mantuviese ahí, podría seguir haciendo mi vida sin pensar en ella.

 

Pero me equivoqué, como tantas otras veces. No se puede contener la erupción de un volcán de manera indefinida, no existe manera de evitar que las mareas suban y bajen danzando al compás de la luna. Y no hay modo de contener la ansiedad si no la eliminas de tu vida. Volverá, aunque no lo creas.

 

Ahora toca volver a empezar, desde otro prisma. Aceptar muchas verdades, duras y complicadas, pero necesarias.

 

Aceptar que no puedo controlarlo todo y, sobre todo, aceptar que el miedo es parte de la vida. He descubierto que el miedo es sano, es natural. Me he pasado muchos años intentando evitar tenerlo, pensando que no era lo suficientemente fuerte como para conseguir eludirlo.

 

Y me volvía a equivocar, porque, aunque tarde, he abierto los ojos. No soy psicóloga y no sé más de la psique humana de aquello que voy aprendiendo por el sendero que me ha tocado transitar.

 

Pero, si lees esto, quiero decirte que hoy he descubierto que no se le arrebata la fuerza al miedo dejando de sentirlo. Se le roba la ganancia, permitiéndolo. Dejándolo ser, viéndolo fluir e irse con el aire.

 

El mundo está cada vez más lleno de personas que se sienten solas en sus angustias, porque nadie habla de que las sufre. Pero eso es una realidad utópica que hiere de muerte a esta sociedad.

 

Compartir los temores, los problemas y las inquietudes es lo que ayuda a superarlas y ahuyentarlas, mientras que vivirlas en soledad sólo las acrecienta. Construye una jaula de incomprensión a nuestro alrededor, una burbuja que es cada vez más difícil de romper.

 

Pero es indispensable que lo cuentes, que lo hables, que lo expreses. No eres menos que nadie, ni peor que nadie. Tu vulnerabilidad también es tu grandeza, porque querer superarte a ti mismo es lo que te hace inmenso.

 

Y tú que convives con alguien que la sufre, olvida los consejos. No pronuncies ese «relájate» tan absurdo que hace que quién lo recibe sólo se sienta más pequeño porque si pudiera hacerlo, ya lo habrá hecho. No te burles. No minimices. No culpes. No psicoanalices.

 

Creemos tanto en las palabras que hemos olvidado la importancia de los actos. Simplemente estar es lo que esa persona necesita. Que le des la mano y que sepa que no está sola, que la aceptas y entiendes, es mucho más que cualquier cosa que puedas decir.

 

Hoy escribo esto por mí, por ti. Por que creo necesario plasmar una declaración de intenciones, porque considero importante visibilizar aquello que nos hace vulnerables.

 

Dicen que todo lo que llega a nuestra vida viene para enseñarnos una lección y que no se va hasta que la hayamos aprendido. La ansiedad no es una maestra cariñosa, ni se para a explicarte detenidamente lo que no entiendes. Pero es una maestra al fin y al cabo.

 

Por eso, si ha vuelto es porque hay algo que debo saber y aún no he aprendido y luchar contra ello sólo hará que dure más. Sé que no será fácil y que flaquearé tantas veces como incursiones haga en mi vida. Pero tengo la voluntad de conseguirlo, cueste lo que cueste.

 

Así que si me quiere enseñar, tomaré apuntes.