El domingo fue un día señalado. Quizás no para todo el mundo, puede que los resultados no te hayan conquistado, pero fue una de esas pocas jornadas en las que se nos permite decidir el rumbo de nuestro país, al menos en la pequeña parte de responsabilidad que nos ha sido adjudicada.

Hoy no voy a hablar de los resultados porque ya has leído en mil periódicos el color del que se tiñeron las urnas. Has sido espectador en todos los informativos de la última hora de cada votación y ya conoces todo lo que yo podría contarte.

Por eso hoy, de lo que voy a hablarte es de la fidelidad.

Lo creas o no, el concepto de fidelidad tiene todo que ver con cada una de las elecciones que hacemos en nuestra vida, sean políticas o de otra índole.
Ayer descubrimos como un partido al que se daba casi por defenestrado resurgió de la nada, mientras que otros que se las prometían felices tuvieron que conformarse con migajas.

Me da igual a quién votases y las siglas que tintan tus pensamientos, la realidad es que somos seres eminentemente fieles.

Si naciste madridista o culé, nada hará que cambies de camiseta. Si tu ideología es de derechas, poco pueden hacer los debates electorales para conseguir de ti un giro izquierdista (y a la contra).

Tendemos a la fidelidad, a la rectitud de pensamiento por muy mal que vaya nuestro equipo o por miles de errores cometidos por nuestros dirigentes.

En momentos puntuales viramos de rumbo, pero únicamente si hay una justificación más que de peso, de gravedad. Así hemos visto como regiones muy fidelizadas a la derecha se volvían rojas a golpe de infografía. Pero no es lo habitual y de ahí, la sorpresa de los comentaristas y periodistas que cubrían la información, que lo remarcaban continuamente.

Puedo comprender casi cualquiera de los pensamientos humanos si hago el esfuerzo suficiente, que a veces es mucho. Puedo comprender el sentimiento de partido, ya sea deportivo o político aunque mis miras me lleven más allá.

Sin embargo, últimamente me encuentro con otro tipo de fidelidad que me cuesta más comprender, la laboral.

Hemos pasado y seguimos sufriendo una crisis económica sangrante, frustrante, dura, que ha llevado a profesionales de los más diversos ámbitos al desempleo, cuando se creían a salvo de él.

Hemos tenido tanto miedo a no poder volver jamás sobre nuestros pasos, que nos hemos aferrado a cualquier ocasiónpor nefasta que fuese. Nos han convencido de que tener un trabajo es un tesoro de tal importancia, que hay que agradecer a perpetuidad la oportunidad. Y nos lo hemos creído tanto que nos hemos vuelto fieles donde otros nos engañan a la primera de cambio.

¿Qué le debes a esa empresa que te asfixia y no te deja crecer? ¿De verdad te ves dentro de 30 años levantando pesos a plomo por el salario mínimo? ¿Aguantarás las jornadas eternas cuando sean tus hijos los que paguen la ausencia?

Te dieron una oportunidad en un mal momento, confiaron en ti cuando nadie más lo hacía y es de bien nacido ser agradecido. Pero ¿implica el pago una cadena de por vida?

Nos hemos hecho miedosos, cobardes. Hemos sufrido tanto, temido tanto por el mañana que dar el salto de fe a otras tierras nos paraliza, nos hace volver al miedo del pasado.

Si el lugar donde has llegado es en el que quieres terminar tu carrera, bien, perfecto, te doy mi enhorabuena y a seguir. Pero si no lo es, si te conformaste con el único clavo que ardía para ti y ahora hay otros terrenos que te tientan, ¿por qué te niegas la oportunidad de explorar?

A diario me encuentro la misma respuesta, repetida una y mil veces de distintas bocas, cuando llamo a personas para ofrecerles un empleo. Ya tengo trabajo, no es lo mejor pero es seguro, es rentable… es.

¿Y si hay otras opciones? ¿Si puedes agradecer el aprendizaje, la oportunidad y seguir adelante sin deudas? Nadie te debe nada, nada le debes a nadie. Es un negocio, un intercambio lucrativo para ambas partes y tiene fecha de fin por uno u otro lado. No lo olvides.

Puedes ser fiel al Betis, al Athletic o al Celta. Admiro tu compromiso con la derecha, la izquierda o la ambidiestra política. Pero, ¿de verdad compensa serle fiel a una organización, cuando ha dejado de colmar tus expectativas, cuando ya no puedes crecer dentro de ella, siendo el vuelo tan apetecible?

Nunca se ha tratado de perder en el cambio, de tirarte al agua sin medir los riesgos, de empeorar el camino. Se trata de permitirte dejar de ser fiel a los demás cuando es solo a ti a quién traicionas.

La fidelidad hacia otros, dejándote a ti de lado, es dañina, frustrante. Acaba por matar los sueños, las expectativas, las metas. Te ahoga, te convierte en esclavo de un amo que nunca debió serlo. 

Habrá otras crisis, perderás trabajos, romperás con personas que creías inamovibles. La vida es eso, ser capaz de adaptarte a las circunstancias sin perderte a ti y a tus sueños por arduo que se vuelva el recorrido. Y es más difícil de lo que parece, más complicado de lo que suena.

La fidelidad es buena, está bien. Siempre y cuando no olvides que es sobre todo a ti a quién se la debes.