Existen personas que se cruzan en nuestro camino y apenas reparamos en ellas. No les miramos a los ojos, no nos damos cuenta de lo bonita que suena su risa, no escuchamos lo que tienen que contarnos.

Hace ya mucho tiempo decidí andar por la vida con los ojos bien abiertos, atenta a aquellas personas con las que me encuentro en el sendero, extrayendo todo lo positivo que encuentro en ellas y detectando ese brillo que tienen todas las personas que suman.

Salvador no pertenece a mi sector, ni a mis áreas de mayor interés. No llevaba tiempo siguiéndole, pero apareció. Y cuando le conocí supe que era una persona brillante, es una de esas almas que destilan bondad, honradez y alegría de vivir. De esas que quieres cerca una vez que le conoces. Por eso, cuando me crucé en su camino no le dejé escapar, y le pedí que se sumara a este espacio de mi blog.

Pensaba regalarle un relato, como he hecho a otras preciosas personas, pero no esperaba que el regalo me lo fuera a hacer él. Cuando leí las respuestas que me había enviado lo tuve claro, no existe mejor manera de conocerle que dejando que sean sus letras las que nos guíen. Por eso, este #PersonasQueSuman está escrito por él, es Salvador quien nos llevará de la mano a conocer su ahora, su ayer y su trayecto para llegar de uno a otro.

Disfrútalo mucho!

Cuéntame, ¿dónde y cuándo comenzó tu historia?

Quiero comenzar por el principio, pero te advierto que nos lleva un poco más lejos de lo que quizás esperas. Hace unos años, un ejercicio de escritura creativa me hizo cambiar de golpe mi visión de mí mismo cuando descubrí que toda historia personal (incluyendo la mía) comienza mucho antes el nacimiento… Al parecer toda historia comienza con un nombre.

Y como la historia de mi nombre, es la historia de lo imposible hecho real, y además parece haber marcado el norte de los 28 años de aventuras que le siguieron, quiero hablarte brevemente sobre ello.

Lucía creció hecha desbordante de música y rebeldía. Unos meses de vida y ya había vencido sobre una condición irregular en su pequeño cuerpo, a los nueve ni los murmullos de los vecinos ni la mirada amenazante del abuelo la detuvieron de abrazarse a una guitarra hasta que sin más remedio la llamaron “músico”, en su juventud fue campeona nacional de atletismo, montañera, y defendió a capa y espada a su equipo en las canchas de voleibol y baloncesto de todo el país… Y te imaginarás que tanta rebeldía tiene su costo, y Lucía pagó el precio sin darse cuenta.

Doctores, exámenes, desequilibrio hormonal extremo y una sentencia de infertilidad.

Así es, aparentemente yo no debía nacer. Y tras toda una vida de períodos irregulares y varios años de intento, Lucía empezó a aceptar su condición y despreocupada continuó con su aventura (ahora como biólogo) pescando con electricidad y cazando serpientes.

Puede que suene un poco loco, y créeme que los eventos que siguen también me dejaron incrédulo cuando Lucía me contó este relato, pero fue en un sueño que Lucía y yo nos conocimos. “Ya va a llegar tu Salvador” hacía eco la voz que la hizo despertar ansiosa una madrugada.

Pero la vida continuó como si nada, y fue un desmayo en una práctica de campo escalando los páramos Andinos lo que la llevó al hospital donde se enteró que estaba en el quinto mes de embarazo.

Te imaginarás la sorpresa. Pero aun faltaban un par de enredos, pues aparentemente era una niña la que venía en camino. (Y si alguna vez te cuento que detesto el color rosa, es probablemente porque casi todas mis cosas de bebé eran de ese color, por la fuerza).

“Ya va a llegar tu Salvador” – la despertó una voz mientras descansaba a media tarde, ya entrado el octavo mes del embarazo. Y por una de esas casualidades extrañas del destino, unos días antes del parto llegó a sus manos un librito sobre cierta gaviota que logra lo imposible, y aprende a volar más rápido que un águila.

Y para no extenderme mucho te diré que, el viernes trece de julio (aunque tengo una suerte que aún me asombra) de 1990, en la ciudad de Mérida- Venezuela, nacimos contra todos los pronósticos un pequeño al que llamaron Salvador y yo… Un niño y su sombra.

Y en cierto modo fue cierto, porque mi pequeño cuerpo le arrancó a Lucía todo lo que le sobraba (hormonas y demás) y poco a poco fue sanando, al punto de que unos años más tarde nació mi hermano Ale.

Debo confesar que por muchos años Salvador se me perdió entre mis adentros, pero ya sabes cómo son los niños inquietos… Que cuando se hacen notar lo hacen a lo grande.

– Vaya! y después de ese inicio en la vida tan complicado, ¿cómo fueron tus primeros años?

Sabes, Rilke solía decir que con cada uno de nosotros nace “una muerte” (yo prefiero llamarla sombra por ser menos macabro) y que esa muerte al principio es pequeñita, y poco a poco se va haciendo grande hasta que un día nos consume todo el cuerpo y nos vamos de este plano.

Ahora que he aprendido a equilibrar a mi niño interior (Salvador) y a su sombra (el lado de mí que escribe estas palabras) veo las cosas muy distintas. Y mirando hacia atrás, puedo decir que de pequeño mi sombra era apenas una mancha minúscula, y Salvador en su máximo exponente tenía (y sigue teniendo) toda la fortaleza y energía de mamá, mezclada con la curiosidad tranquila y esa pasión de papá por el saber.

Así que por un lado fui ese pequeño que nunca se quedaba tranquilo, que hacía bromas, que hablaba alto y chillón, cantaba desde el baño y corría de allá para acá en los aeropuertos.

Pero, por otro lado, era de esos niños que amaba pasar los días aprendiendo ajedrez y viajando entre libros y revistas de ciencias mientras papá (ya jubilado y siempre a mi lado) me explicaba sobre los planetas y los dinosaurios.

No hace mucho mi mamá bromeando con ese humor oscuro de los venezolanos me dijo que, prácticamente cuando yo era niño le hice entender “por qué algunos animales se comen a sus crías”, y puede que te espante que una mamá pueda decir algo por el estilo, pero yo que me acuerdo de los hechos no pude sino reírme a carcajadas.

Ahora que lo pienso, quizás no son tantas las cosas que han cambiado, y la idea me saca una sonrisa mientras escribo estas palabras.

Además del ajedrez y los libros, ¿en qué otras cosas dedicabas tu tiempo libre?

La verdad de niño probé hacer tantas cosas que me cuesta recordar a cuáles les dediqué más tiempo. Sé que hasta mis nueve años me encantaban los juegos creativos, como los Legos, los sets de ciencias, esos juguetes que tenían alguna parte mecánica (con engranajes y palancas).

A partir de mi noveno cumpleaños, con mi primer computador dejé atrás los juguetes y me convertí en un pequeño ingeniero. Ni te imaginas la cantidad de veces que armé y desarmé el PC, instalé, dañé y reparé sistemas operativos (en ese entonces MS2 y Windows Millenium, imagínate). Y por supuesto, cuando Windows empezó a desarrollar juegos de estrategia, caí como cualquier niño de ahora.

A los doce, fue un regalo de navidad el que cambió mis intereses para siempre. Esta vez, no me esperaban en la base del árbol ni juguetes, ni ropa ni piezas de hardware. Era una caja enorme y, mientras yo esperaba que fuese un Nintendo64, resultaron ser Seis tomos de Harry Potter, la trilogía del Señor de los anillos, un libro de Castaneda y otras obras de Tolkien lo que me esperaba en su interior.

Y me atrevo a decir que en ese momento mis padres crearon un monstro. Empecé a leer, aunque los demás estuvieran viendo el mundial de fútbol, en el auto, mientras comíamos en un restaurante, en la iglesia, en los recesos del cole, y hasta en nochebuena.

Ahora, cuando hablamos de mis sueños de niño si lo tengo bien claro. Y es que, aunque la mayoría de mis amiguitos querían ser astronautas o bomberos, veterinarios o policías, yo solo tenía un objetivo en mente: yo quería ser como mi papá.

No sé cómo explicar lo que significaba para mi ese sueño en aquel momento, pero yo estaba decidido a hacerme un hombre sabio como él, y no solamente inteligente, sino además quería algún día causar en los demás esa impresión de nobleza e integridad que el aún irradia.

Pero la historia no es tan simple, cuando mi sombra se hizo lo suficientemente grande estalló en rebeldía, música y dinamismo con toda la fuerza propia de mamá, y mi habitación se llenó de amplificadores y guitarras eléctricas, libros de filosofía y sobre todo de cuadernos llenos de poesía.

– Pero no seguiste el camino de la música, ¿qué te hizo decantarte por tu sendero profesional?

Te imaginarás que tras tanta lectura y haber experimentado tantas cosas, yo debía tener claros mis objetivos para el futuro, pero la verdad es que terminé el colegio sin tener ni idea de lo que quería.

Desde los catorce había empezado a estudiar inglés y japonés, y aprender idiomas era algo que me entretenía, pero no lo suficiente para querer trabajar en ello. Los años de liceo habían convertido las ciencias en un tema in-disfrutable para mí y unos test vocacionales arrojaron “psicología, idiomas o fisioterapia” como posibilidades.

Sin embargo, empezó a suceder algo que me llevó a tomar una decisión algo incongruente para mi futuro: mis profesores, que me querían mucho por mis buenas notas, coincidieron en que yo sería un excelente doctor. Y de pronto, en los pasillos empezaron a llamarme Dr. Rodríguez, pasados los meses una parte de mi empezó a preguntarse si realmente no sería ese el camino ideal para mí.

Mi primer intento me llevó a la facultad de enfermería, donde cursé dos años hasta que finalmente logré cambiarme de carrera. Y así terminé en la facultad de medicina de la Universidad de los Andes.

Te confieso que la medicina me encantaba, era ciencia pura y dura. Me fascinaba estudiar procesos fisiológicos, observar las células y estudiar anatomía, inclusive hacer las disecciones de los cadáveres. Y como te imaginarás, mis notas estaban entre las primeras de mi curso.

Pero no tardé en darme cuenta de que había un problema enorme con ese camino: por un lado, mis valores personales me impedían sentirme a gusto con la filosofía que un médico debe aceptar para sobrevivir en un campo tan lleno de catástrofes (sabes, eso de ver al paciente como un objeto de estudio, con un problema y una solución por encontrar. Puro método científico). Y por el otro, yo, tan ansioso por viajar, no podía imaginarme pasar el resto de mi vida encerrado en un consultorio o corriendo de emergencia a los hospitales.

Así que, a mitad del segundo año entregué mi segunda disección y me despedí de la medicina (la occidental al menos) para siempre. Y terminé estudiando idiomas modernos.

Mis años de estudiante han tenido sus altibajos (porque aún sigo estudiando), la crisis en mi país me llevó a irme de Venezuela a media carrera y comenzar de nuevo en Alemania, y la vida de estudiante se convirtió en la típica vida del inmigrante que estudia.

Sin embargo, aprovechando becas y concursos he tenido la oportunidad de viajar por Europa y vivir en Japón gracias a la Universidad. Y en mi experiencia, el viaje y las culturas distintas han sido mi verdadera escuela.

Pronto me graduaré como licenciado en idiomas y lingüística, y la verdad no me arrepiento, los idiomas siguen siendo mi hobby (estoy aprendiendo el octavo), pero siguen siendo solo un pasatiempo. Mucho antes de entrar en la facultad de medicina comencé a explorar en lo que más tarde decidí que sería el eje de mi vida: la espiritualidad y el desarrollo personal.

– Mirando hacia atrás, con esa búsqueda incesante de lo que te hace vibrar, ¿cambiarías tu elección académica?

Sin duda. De haber tenido la oportunidad de viajar y abrirme paso a experiencias similares a las que he tenido, hubiese preferido estudiar medicina alternativa, psicología, o simplemente formarme como terapeuta en alguna otra área. El 80% del tiempo que pasé en las universidades no me dejó nada útil para mi carrera profesional.

Pero tampoco me arrepiento de nada. Mi camino me ha llevado a vivir experiencias y conocer lugares con los que muchos sueñan, y que en este momento me proporcionan justo las herramientas que necesito para cumplir con mi propósito de guiar a quien lo necesite a reconectar y alcanzar el éxito desde el equilibrio.

– ¿Qué queda del Salvador de tu infancia y qué ha cambiado con la edad?

Es una pregunta difícil de contestar.

Años de experiencia, meditación y mindfulness me han ayudado a reconciliarme con esa parte de mi que necesitaba de mi cuidado, y he aprendido a vivir tanto mis victorias como mis dificultades desde la paz de mi ser.

La mejor forma de ilustrar quien soy ahora es decir que, en vez de la energía desorbitante de mi infancia o los años de melancolía de mi adolescencia, hoy tanto mi sombra como mi niño interior juegan y se protegen mutuamente.

– ¿En qué momento profesional te encuentras ahora? 

Mi trayectoria en el desarrollo personal (que es lo que ahora considero el núcleo de mi profesión) comenzó a los 16 años, cuando empecé a asistir a grupos de meditación y orientación espiritual y me formé como instructor de Zazen.

Desde ese entonces la meditación ha sido el vehículo de mi transformación personal, y la curiosidad que guía mis pasos me llevó a aprender la técnica y meditar entre gnósticos, yoguis, monjes budistas, chamanes aborígenes, católicos, partiendo desde las montañas andino-venezolanas, pasando por retiros del Vispassana y yoga en Europa, hasta los templos de Japón.

Movido por ese deseo de experimentarlo todo, aprenderlo todo y quedarme solo con lo que me sirve…comencé a encontrar patrones comunes en todas las filosofías, puntos de conexión entre diferentes técnicas de sanación y a definir poco a poco cuales serían los valores que me permitirían ser la mejor versión de mí.

En ese proceso y con el paso de los años me formé como practicante de Reiki, tapping EFT, PNL, inteligencia emocional y me enamoré de una técnica de sanación con energía llamada “sanación cuántica aeónica”, con la que viajé por toda Venezuela como voluntario aplicando gratuitamente la técnica en escuelas, hospitales, residencias de ancianos y locales abiertos a todo público, hasta mi partida de Venezuela en 2012.

Fue gracias a esa experiencia que decidí enfocarme en ayudar a las personas en ese proceso de autodescubrimiento y a encontrar el equilibrio entre lo espiritual y profesional.

Hace un rato, te contaba que la historia de mi nombre era el relato de lo imposible hecho real, y el motivo es que, si el viaje por la filosofía me ayudó a encontrarme y definirme a mí mismo, la aventura del viaje por el mundo es lo que puso a prueba todos los valores y conocimientos que había aprendido.

Irme de Venezuela con tan solo 300 euros en el bolsillo, con una visa que me daba tres meses para aprender alemán y e ingresar en una universidad alemana, parecía imposible para todos, incluyéndome.

Para mí, que había crecido con un miedo incontrolable a las alturas y al vértigo… volar en parapente Italia, saltar el Benji en Portugal y subirme a las montañas rusas de FujiQ Highland, parecía imposible.

Imposible, dijeron muchas veces mis profesores cuando fui el primer alumno latinoamericano en solicitar una beca en el exterior, o los funcionarios de las embajadas cuando requería una visa de emergencia en tiempo record, y ni se diga de los empleados del banco cuando logré pagar 6 mil euros de deudas en tres meses trabajando como estudiante.

Y ni te cuento de los imposibles relacionados a la sanación con energía, al poder de la voluntad sobre las emociones y los pensamientos o a la influencia que tenemos en nuestra realidad (eso que llaman ley de atracción).

Como ves, mi formación y mi trayecto están llenos de “imposibles”, y son precisamente los que me han permitido enfrentar y superar mis miedos, perseguir un camino lleno de propósito y dirigido por la voluntad de mi ser, trascender el dolor y vivir mis alegrías y mis desventuras desde la paz, y sobre todo tomar el control de mis circunstancias.

En este aspecto, mi formación es principalmente experimental y autodidacta, y mi trabajo es enseñar las herramientas a quien está perdido, para que a su medida y según sus valores, diseñe la aventura que lo lleve a la felicidad.

Ahora me dedico principalmente a crear contenidos gratuitos, cursos de meditación, inteligencia emocional y orientación espiritual por internet.

– ¿Tienes una rutina diaria? ¿Cómo es tu día a día?

Mis mañanas comienzan bien temprano con una rutina que aprendí de “the miracle morning” y en la que le dedico un par de horas a leer, meditar, ejercitar, escribir, visualizar y afirmar.

Seguidamente me tomo un café y, dependiendo del día, divido mi tiempo entre las tareas relacionadas con mi web, la escritura de mi tesis de grado, los idiomas, algún trabajo por cuenta ajena casi siempre relacionado a las traducciones o las clases de idiomas, y las personas que asesoro online.

Mi medio de desconexión es el viaje, ya sean treinta minutos en tren hacia un pueblo cercano, un paseo a la montaña o un vuelo al otro lado del mundo. Además, soy amante de la naturaleza y dedico tiempo a explorarla cada vez que puedo.

Un par de datos curiosos sobre mi día es que como una sola comida diaria, que normalmente es una cena, además en ciertos períodos adopto rutinas de sueño polifásico para mantenerme productivo.

– Si tuvieras que elegir, ¿qué destacarías como lo mejor del trabajo que realizas?

Creo que lo mejor de mi trabajo es que me permite conectar con las personas a un nivel muy personal y profundo.

Ayudar a quienes necesitan de mis servicios me permite al mismo tiempo ir descubriendo y sanando aspectos de mi propio proceso que desconocía.

Y, además, no puedo describir la plenitud que me llena cuando alguien me hace saber que mis palabras han sido parte del proceso de crecimiento y transformación personal de quienes me siguen.

Por otra parte, trabajar en mi web me permite mantenerme en movimiento, viajando, sanando, conociendo y viviendo mi sueño de recorrer el mundo.

– ¿Y lo peor? 

Creo que lo peor de mi trabajo es mi falta de experiencia gestionando este tipo de proyectos por mi cuenta. Yo nunca he sido una persona particularmente organizada, y eso se ha vuelto un obstáculo a la hora de emprender en internet.

Sin embargo, he aprendido a gestionarlo gracias a las mentorías de grandes profesionales del emprendimiento y al ir delegando algunas de las actividades dentro de mi proyecto.

–  Después de tanta formación, tantos viajes, haber dejado Venezuela y estar viviendo en Japón, ¿hay sueños aún por cumplir en tu horizonte?

Sí! Hay tantas cosas, casi todas relacionadas con la idea de vivir una vida con propósito y derrotando mis miedos: saltar de un avión en paracaídas, escalar el Himalaya, conocer el Tíbet, cenar con los indios en el Amazonas, viajar por toda Latinoamérica y Asia, hacer el Camino de Santiago, cruzar Italia desde el Mediterráneo hasta el mar Atlántico a pie, ver una aurora boreal, y quizás algún día parar el viaje, tener niños y, en ese sentido, ser como mi papá.

Ha sido un placer contar con Salvador en este pequeño espacio. Espero que hayas disfrutado tanto como yo, leyendo las experiencias de una persona que se arriesgó, que abandonó la seguridad de su familia y de su mundo. Un alma que decidió que vivir en tierra era demasiado poco para quien está destinado a volar.

Muchas gracias Salvador y mucho éxito en tu camino!

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