Desde hace unos años convivimos con un montón de palabras, anglicismos todas ellas, que describen distintos síndromes que existen hoy día en nuestra sociedad.

Del bullying, del mobbing todos hemos oído hablar, por desgracia. El primero hace referencia sobre todo al entorno escolar, y yo le he dedicado un artículo por las terribles consecuencias que acarrea para los menores. El segundo término se refiere al acoso que se sufre en el entorno laboral, y que habitualmente tiene que ver con la mala relación con las personas con las que se trabaja (y sus millones de matices).

Existe otro síndrome que últimamente leo en muchos reportajes, artículos, tanto en prensa como en redes sociales: el burnout.

Supongo que much@s de vosotr@s lo conoceréis e incluso algun@s lo sufrís. Se trata de una situación de estrés continuado en el trabajo, cuyos síntomas van desde la ansiedad hasta las cefaleas o trastornos intestinales. ¿Qué lo provoca?

Hay varias causas: no considerar el salario adecuado al trabajo realizado, tener largas jornadas laborales, soportar una gran responsabilidad. etc…

Hace unos años se conocía este síndrome como «estar quemado», ese sentimiento de no poder más con las circunstancias, de haber perdido toda la ilusión y las ganas por seguir en el empleo que se desempeña.

Yo nunca he sufrido ninguno de estos males en mis trabajos anteriores, pero es cierto que desde hace un tiempo me siento saturada. Me da la sensación de que no llego a todo. Intento tener presencia en las redes sociales, ir a eventos a realizar networking, no faltar a mis clases, acudir a las entrevistas cuando me surgen, consultar las ofertas laborales que aparecen en la red (en todas las páginas que utilizo a tal efecto) y no abandonar mis tiempos de asueto de lectura, escritura y salidas con amigos.

Sinceramente, no sé si soy la única pero, siento que ahora que estoy en desempleo me faltan más horas en el día que cuando trabajaba. Siempre he sabido que buscar trabajo es un trabajo en sí mismo, pero es el más sacrificado que existe. Parece que desconectar está penado, que tomarte un día para ti misma es algo inviable y llega un punto en el que te quemas.

Cualquiera que me esté leyendo pensará, esta chica que tiene todo el día para hacer todo lo que quiera y me dice que le falta tiempo? Pues así es.

Al final, todo estriba en el miedo. El miedo a que algo pase mientras yo no estoy, el miedo a que me pierda las oportunidades laborales que tanto busco, el miedo a que por unos días pierda lo que tanto me ha costado conseguir. Ya sabéis que lo que no está en las redes, no existe, al igual que si estás hoy y mañana no, desapareces, se te olvida y cuando vuelves tienes que comenzar de cero. Por eso no lo hago, aunque soy consciente que abarco cada día menos, y de apretar ya ni hablamos…

No me interpretéis mal. Mi actitud es tan positiva como siempre, mi tesón, mis ganas de comerme el mundo están intactas, pero tengo claro que necesito un parón, ya que no me lo permito desde hace un año y medio. Un día, dos, tres, en los que pueda apagar la tecnología sin sentimiento de culpabilidad, sin pensar que la oportunidad de mi vida pasará por delante de mis ojos y se me escapará entre los dedos si decido que merezco un descanso.

Y ahora dime, a ti te ha pasado lo mismo?

Quemarse lentamente