Esta madrugada se ha estrenado la nueva temporada de Juego de Tronos.
 
Es una serie que, al principio, no me gustaba nada. Dejé de verla casi al empezar y, a pesar de que mucha gente me aseguraba que era estupenda, no terminaba de engancharme. Pero algo pasó un día, no sé qué, y me convertí en una seguidora más de la historia.
 
Hay muchos motivos por los que me gusta. No es una serie fácil, con cientos de personajes, muchas tramas simultáneas y mil enlaces entre ellas, pero araña adeptos nuevos en cada episodio y tiene millones de porqués.
 
Siete familias nobles, un bastardo, un único trono a alcanzar. Tres dragones, gigantes, salvajes, guerra, sexo, traiciones, unos escenarios magistrales (incluida mi tierra en la séptima temporada). Mil y un ingredientes se juntan para hacer de Juego de Tronos una serie de culto.
Hoy podría hablarte de la maldad y la bondad de sus personajes, de los siete pecados capitales representados en uno o varios de sus protagonistas o del reflejo de muchas enfermedades psicológicas que pueblan la serie.
 
Pero no. Hoy quiero hablarte del Muro.
 
Permíteme, antes de nada avisarte de que, si no has visto la serie, es probable que haya spoilers, así que puedes leerme cuando estés al día con esos capítulos que te faltan. 😉
Ahora sí, comenzamos.
 
Cuando empecé a ver la serie, el Muro no llamaba mi atención. Las demás historias me enganchaba, tenían contenido pero lo que ocurría en el Muro me parecía un relleno que no aportaba nada.
 
Sin embargo, con el paso de los capítulos fue captando mi interés. Un muro gigante, levantado en medio de la nada para separar los reinos de los salvajes, de los otros, de un mundo diferente que aunque casi nadie conoce, prefiere tener lejos.
 
El Muro es en Juego de Tronos la primera y más valiosa línea de defensa, habitado por unos personajes que consagran su vida a ese deber: permitir que otros vivan cómodamente mientras ellos velan por su seguridad.
 
Y, pensándolo bien, existe un muro en cada uno de nosotros. Unos más altos, otros más accesibles pero es casi imposible conocer a alguien que no esconda parte de sí mismo tras murallas, construidas piedra a piedra con los años.
 
Nos parapetamos tras kilos de cobardía, de confort, de intentos de no ser vistos.
 
Unos, porque mientras estén ocultos no se descubren sus malas artes. Otros, porque aún no han encontrado la valentía para mostrarse al mundo. Y algunos, porque prefieren el bienestar de lo conocido a las millones de oportunidades que les depararía alejarse un poco de la orilla.
 
A veces, más allá del muro solo hay otro mundo, otras personas viviendo de otro modo, otras oportunidades distintas, otra realidad. Y hay personas como tú que decidieron hace mucho romper sus miedos, sus muros. En la serie les llaman salvajes, pero ellos se denominan el pueblo libre. Y tienen, realmente mucho más de libertad que de salvajismo. 
 
Son libres porque se han conquistado a sí mismos y están fuera de los condicionamientos sociales, porque han ido donde nadie más se atreve y visto lo que los demás ni siquiera pueden imaginar.
 
Se atrevieron a conocer, a ampliar sus miras y, ganasen o perdiesen, crecieron. Ampliaron su zona de confort decidiendo saber, mientras otros prefirían lo malo conocido.
 
Desde los Lannister hasta los Tyrell, pasando por todas las demás familias, ninguno se ha atrevido a romper sus barreras y cruzar el muro.
 
Se quedan dentro, en una guerra sin cuartel por lograr una posición de poder en las tierras ya conocidas, en vez de escoger vencerse a sí mismos e ir más allá.
 
Solo un personaje tiene la valentía de aventurarse, de superarse, de hacer el acto de fe que implica cruzar.
Al otro lado del muro le espera un mundo oscuro, lleno de peligros. Pero es mucho más lo que le aguarda, porque lo que descubre en ese viaje le hace erigirse líder.
 
Se convierte en otra persona. Pasa de ser alguien que había prometido vivir defendiendo a otros, en solitario, ajeno a todo lo que ocurre en el mundo, a tener que convertirse en el guía que les muestre lo que llevan siglos sin querer ver.
 
Así Jon, un bastado, un personaje sin mayor ambición que vivir en un mundo que no está hecho para él, se vuelve principal en una historia en la que nació para ser secundario.
 
Es él quién decide olvidarlo todo y unir a siete reinos para hacerles abandonar lo conocido en pos de una realidad que les acecha. Él quién se convierte en rey en el norte, cuando su destino era vivir en la oscuridad.
 
Así ocurre también en nuestra vida. Siempre hay alguien que ve más, que trata de mostrarnos que existe otra verdad, que nuestro pequeño espacio en el mundo no es el único existente y que si vamos más allá, veremos.
 
En cada momento de la historia ha habido personas que le dieron la vuelta al cuento, que forjaron un camino que no era para ellos. Y todos tienen en común que decidieron arriesgar. Se atrevieron a gritar que la tierra era redonda, que no eramos más importantes que el sol o que la gravedad marcaba nuestra existencia.
 
La mayoría, en cambio, pasamos la vida en una lucha interior perpetua en la que ni ganamos, ni morimos. Pero nos desgastamos intentando conquistarnos a nosotros mismos, decidiendo por la fuerza cuál de nuestras partes se sienta en el trono de hierro. A veces reina la cobardía, otras la vergüenza, quizás el miedo, o tal vez el amor.
En esa guerra que libramos en nuestro interior, nos olvidamos de lo inmenso que es el mundo, de lo importante que es formar parte del universo que se extiende fuera.
No recordamos que el verdadero trono, la verdadera corona es reinar sobre nosotros para luego traspasar el muro con seguridad. Sin importar si al otro lado nos esperan caminantes blancos, dragones muertos o una tierra de milagros.
Tras las murallas no solo hay enemigos, que los hay, también es ahí donde reside la posibilidad de superar nuestros límites y donde lograr crecer.
 
Quedarse en Poniente es ver como el sol se oculta cada día, sin embargo es más allá donde se puede disfrutar de los amaneceres.
 
Es ahí donde se crean las sinergias, se abre la mente, se forjan alianzas, se comparte para llegar más alto, se lucha de la mano, se confía. Es ahí y solo ahí, dónde están los verdaderos retos pero también los cielos más azules, el aire más puro.
 
Es tu elección: seguir batallando por el trono contra todo lo que no encaja en tu interior o dar el salto de fe.
Más allá del muro no te espera la gloria, ni la desgracia. Te espera la vida.
 
Al final, los enemigos siempre atacan, las luchas se pierden y las victorias se consiguen.
 
Solo te queda decidir si continuar en soledad entre esos muros que te dan seguridad o tener la valentía de romper los esquemas.
 
Escoger seguir con el destino que crees que es para ti, o crear el tuyo.
 
Elegir vivir de espaldas al mundo o unirte a otros para dejar de temerlo.
 
Porque al final, decidas lo que decidas, el invierno siempre llega.