Desde pequeña, en mi casa y en mi entorno, se me ha inculcado el amor a la lectura. Cuando empecé el colegio ya leía con soltura libros enfocados a mi edad, y poco tiempo más tardé en engancharme totalmente al placer de la lectura. Con el tiempo, recuerdo cumpleaños en los que los regalos más deseados eran aquellas páginas llenas de historias.

Leer hoy en día es, para la mayoría de la gente, aburrido. Las estaciones de tren y de metro, los autobuses, las cafeterías e incluso las calles están llenas de personas absortas en una pantalla, que no miran más allá. No creo que sea la única que ha descubierto, mientras disfrutaba de un café, a una pareja que no se dedicaba ni una palabra y cuyos ojos sólo se posaban en el móvil o la tablet y de ahí a la taza. Sin embargo, es cada vez más complicado observar a alguien leyendo en un trayecto en transporte público.
Hace unos días leí un estudio que revelaba que más de un 36% de la población no lee nunca o casi nunca un libro. Supongo que leerán las redes sociales, los periódicos o quizás ni eso. Lo desconozco.
No me sorprendió la noticia, puesto que podría imaginarlo, pero ver la cifra plasmada me hizo pensar. La cultura no pasa sólo por la literatura, por supuesto, pero considero el hábito de la lectura no sólo terriblemente placentero, sino sano para nuestra mente. En mi caso, al menos, sentarme con un libro hace que mi cerebro desconecte de los mil problemas del día, activa mi imaginación, se despierta ante mí un mundo que sólo yo he creado alentada por el escritor.
Yo recreo los mundos, los personajes, soy la heroína o la villana, río, lloro, se me eriza la piel. Hay películas que pueden conseguir emociones similares, pero nunca tan intensas. Seguramente, porque eres un actor pasivo que simplemente observa, mientras que con el libro eres quién crea y destruye, según avanza la trama, cada rincón del mundo que el autor ha creado para tí.
Aprender a desarrollar esa costumbre en los niños, es uno de los mejores regalos que podemos hacerles. Me parece esencial que no perdamos el hábito de amar la lectura, que enseñemos a los niños que el mundo va más allá de Gran hermanos y Sálvame (razones para otro escrito cualquiera de las dos), que el mundo real es a veces cruel, y a veces maravilloso, pero que merece la pena vivirlo. Que para vivir plenamente, hay que descubrir de dónde venimos, que nos llevó hasta aquí, cómo eran las cosas antes y eso lo enseña la literatura, la historia. No la que se da en los colegios, llena de fechas y batallas a memorizar si no la que te cuenta las vivencias en primera persona. La historia que, bien narrada, hace que puedas oler,  sufrir, reír y amar como cada protagonista, que sientas lo que sentían, que veas lo que veían.
Sólo así podremos desarrollar nuestra, bastante anquilosada imaginación, y sólo así seremos realmente libres.