Recuerdo los veranos en mi pueblo. Una inmensa cuadrilla de todas las edades, la complicidad de la noche, una plaza enorme y el escondite. Podíamos empezar jugando a moros y cristianos, a pillar o a la pelota, pero siempre llegaba la hora del escondite.

Corríamos despavoridos mientras empezaba la cuenta y, cuando encontrábamos el lugar perfecto, nos cambiábamos los jerséis y las camisetas para hacer más difícil reconocernos.

Podíamos jugar durante horas, empapados en sudor de las carreras por no ser quien se la quedase, dolorida la tripa de las carcajadas.

Echo de menos esa época, como se añora lo que se idealiza en la memoria. Añoro la despreocupación y los nervios cuando el reloj apuntaba la hora de volver a casa.

Pero la vida es así, crecemos, cambiamos, perdemos momentos y ganamos otros.

Ahora veo otros escondites, más absurdos, menos divertidos. Esos que te llevan a observar a otros sin ser visto.

Cada día conozco a más personas preocupadas tanto por su privacidad que se crean una cuenta en Twitter, pero no tuitean nunca. Están presentes en instagram pero solo como espías. Se unen a Linkedin pero se mantienen anónimos, observando mientras tratan de no ser vistos.

Creerás que te hablo de profesionales mayores, analógicos, pero te sorprendería la terrible desconfianza que genera en muchos jóvenes eso que consideran una pérdida de privacidad.

¿Tiene sentido? Jugar al escondite con otros profesionales, refugiarse en el anonimato, parapetarse de posibles colaboraciones, oportunidades y posibilidades tras las sombras, ¿aporta algún beneficio?

Las redes sociales existen, están ahí, como los móviles, los ordenadores, los aviones o las carreteras. Son parte del progreso, pero nadie te obliga a volar, ni a conducir, ¿por qué te obligas entonces a usar una tecnología de la que recelas?

Existen tantos motivos diferentes para estar en redes como seres las utilizan, pero si no encuentras el tuyo, es mejor no estar.

De nada sirve que gastes tiempo, dinero y recursos si vas a tener un Facebook desactualizado, una página web obsoleta o un Linkedin espía.

¿Qué fiabilidad puedo esperar de una empresa o de un profesional que quiere ocultarse de mi, de una potencial clienta o colaboradora?

Si te busco en Linkedin, por referencias, porque te he conocido en un evento o porque me resuenas de otros lares, espero que al encontrarte haya algo de ti en tu perfil. Si te unes a un grupo de Facebook, me gustaría que compartieses, comentases o me mostrases lo que haces.

No. No tienes obligación de mostrarte, no es imprescindible interactuar. Eres libre. Pero si no te muestras, sino interactúas, ¿por qué estar?

La respuesta es casi siempre la misma, «hay que estar en redes sociales». Y siempre es una contestación equivocada. No, no hay que estar, pero si vas a estar, hazlo bien. De nada sirve un trabajo hecho a medias, lo que cuenta son las ganas, el esfuerzo que le dedicas.

Una foto dice más que mil palabras, pero si nunca hay palabras ¿Qué aporta? Una publicación al año es mejor que nada, pero ¿sabes cuánta gente hay haciendo mucho más que algo?

Quizás tengas un negocio rentable, que no requiere de Internet, que funciona por si solo. Si es así genial pero entonces ¿Qué buscas teniendo seguidores y contactos a los que no alimentas de novedades, a los que no fidelizas?

Las oportunidades laborales existen, los clientes llegan. Te lo aseguro pero no irán a buscarte si no saben dónde estás, si pretendes alimentar con migajas de atención lo que otros colman.

Las redes sociales son muchas cosas, pero hay una sin la cuál no existirían y es la generosidad. Es darse a los demás, es compartir, confiar. Sí, también son ventas y monetización. Solo que sin lo primero olvida que lo segundo vaya a llegar.

Si te voy a elegir será por un motivo, por ese algo más que hace de ti alguien que se sale del montón. Y ese plus eres tú quién me lo tiene que ofrecer.

Te da miedo meter la pata, mostrar lo que eres. Sientes vergüenza de exponerte y salir herido. Pues te contaré un secreto, todo el mundo ha pasado por ello. Todas las personas que hoy tienen éxito y las que se rindieron a mitad de camino, las que aún luchan por hacerse un hueco y las que no se han atrevido han experimentado esos sentimientos.

Unos, los usaron para arriesgarse a perder. Otros se dejaron ganar antes de empezar el juego.

Elige ya a cuáles quieres pertenecer. Y, cuando comiences, hazlo despacio. No esperes resultados inmediatos de personas que no te conocen.

Es más fácil interactuar con publicaciones ajenas que idear una propia. Prueba. Comenta, comparte, conversa. Ver que las reacciones de los demás suelen ser positivas, te hará ganar autoestima para dar un paso más.

Genera tu propio contenido sin esperar nada. Si gusta, genial. Si no, puedes volver sobre tus pasos. No todo funciona a la primera, pero lo que nunca funciona es no hacer nada.

Mantener perfiles fantasmas abiertos en distintas redes, webs a las que no has hecho caso desde que Internet Explorer era lo más y olvidarte de que hay más profesionales, más clientes y más mundo que el que ves a diario en el tren, es perder credibilidad (si es que alguna vez la llegaste a ganar). 

Deja de buscar el refugio perfecto desde el que ver cómo los demás hacen lo que tú no te atreves. O lo haces bien o mejor no empezar. 

Porque el escondite está bien, es divertido, es ameno, pero mientras te afanas en la partida estás perdiéndola de todas, todas. Juegas solo mientras los demás ya se entretienen en otras tareas y ni te has dado cuenta de que han dejado de buscarte.

Genial. Has encontrado el lugar ideal, dónde nadie mirará nunca, y cuando crees que ya has vencido, te han vuelto a ganar.