Siempre me ha gustado escribir sobre la vida de las personas. Ya de niña, observaba por la calle a las familias o a las parejas e inventaba en mi cabeza mil vidas que pudieran ser la real.

Es sencillo para mí, porque solo necesito atar mi alma a la de la otra persona para descubrir la historia que me va a contar, desde una empatía tan profunda que pueda sentir cada palabra que sale de sus letras.

Una vez que lo hago, ese hilo que he tejido entre nosotros, se queda siempre ahí.

Con Gonzalo todo es diferente. No es que tenga una vida más difícil de narrar, ni que deba tener cuidado de cómo escribo. Es simplemente, que hace ya muchos años que tengo tendido ese hilo.

De hecho, Gonzalo es una de esas personas a las que no recuerdo haber conocido. Era tan pequeña cuando le vi por primera vez, que ni lo recuerdo. Y aquí estamos, llevando a nuestras espaldas una amistad de más de 30 años.

Él nació en As Pontes, un pueblo de la Coruña. Y yo, en Bilbao. Nos separaban más de 600 kilómetros, pero no de los de ahora. De los de antes. De esos que comienzas de madrugada y vas cumpliendo mientras te cambias de ropa, desayunas, comes y meriendas.

Las carreteras eran otro mundo entonces y llegar a Galicia suponía para nosotros muchas horas. Pero no faltamos ningún verano a la cita con la tierra de mi padre, y en cada viaje, los reencuentros.

Una cuadrilla de niños de diferentes edades a los que les empezó uniendo la diversión y acabó por atarles el cariño que continua intacto.  Y entre mis amigos más perennes, siempre estuvo Gonzalo.

Hijo de Eduardo y Fernanda, llegó al mundo cuando sus padres eran aún muy jóvenes, pero la madurez de Gonzalo ayudó a que la paternidad fuera más sencilla. Unos años después, nació su hermana: Irene.

Yo le recuerdo como un niño charlatán, que siempre tenía una sonrisa en la boca. Pero también era la cabeza serena del grupo. Él, el padre de todos, que trataba de mantenernos seguros y con el que por mucho que lo intentases no podías enfadarte mucho tiempo.

Eso pesa. Ser distinto a los demás es complicado, sobre todo cuando tu mente es adulta mientras tu edad sigue siendo infantil. Por eso, con los años, no es que se volviera rebelde, es que se cansó.

Descubrió que su preocupación debía centrarse en quién de verdad importaba y entonces, otros proclamaron lo mucho que había cambiado sin saber que no lo había hecho. Había escogido. Nada más.

El colegio nunca fue un problema para él, ya que tenía claro que para lograr cualquiera de los sueños que tenía en mente, la universidad era parada obligatoria.

¿Qué quería ser de mayor? Siempre lo tuvo claro, quizás pintor o puede que meteorólogo. Aunque la pintura le entusiasmaba y el periodismo le corría por las venas. Así que, a lo mejor era mejor elegir arquitectura o ser un actor famoso.

Gonzalo es así. Hay quién no tiene dudas sobre lo que quiere hacer con su vida y otras personas, quieren hacer más de una cosa. Muchas áreas le interesaban porque su mente es inquieta y curiosa y, con los años, ha descubierto que por mucho que nos cuenten, la vida no siempre se basa en férreas elecciones.

Finalmente estudió sociología, y cuando estaba a punto de acabar, decidió seguir su corazón y hacer caso a aquella profesora que le recordó que la publicidad era más afín a lo que él deseaba.

Pero no existía la posibilidad en Coruña de formarse como publicista así que hizo sus maletas y se mudó a Madrid. Allí contaba con parte de su familia paterna y pudo comenzar una nueva vida, sin la soledad que invade a quién se marcha.

Dos años después había aprobado los tres cursos que le separaban del título y se licenció. Ahí comenzó una trayectoria profesional, marcada por grandes experiencias y también una tremenda decepción.

Con solo 22 años, una agencia de publicidad madrileña le contrató como becario. Así que comenzó su trayectoria profesional mientras ampliaba su formación para ser copywriter publicitario.

Fue durante esa etapa cuando descubrió lo que era realmente el trabajo para el que llevaba toda la vida formándose. Jornadas interminables, exigencias insostenibles y un salario vergonzoso. Aprendió mucho, pero el sufrimiento fue mucho mayor.

Cumplido el tiemplo de prácticas, supuso que las cosas cambiarían. Pensó que contar en su bagaje profesional el haber sido artífice de campañas publicitarias que se habían viralizado, era suficiente garantía.

Imaginaba un contrato mejor con un sueldo acorde al nivel de vida. Y se equivocó. Se encontró raspando el mileurismo y con pocas esperanza de aumentar los ingresos.

En aquella época, pasó por varios empleos, buscando una mejora que no llegaba, pero llenando la mochila de vivencias y experiencias y, sobre todo, del aprendizaje que los estudios universitarios no le habían procurado.

Entonces ocurrió. Como un tsunami que lo arrasó todo, llegó la crisis que derribó lo que tantas personas habían construido. Gonzalo se vio entonces ante el mismo cruce de caminos que otros miles de profesionales. Ya no había laberínticos caminos que pudieran desandarse y reiniciar, cuando quisieras.

El mundo se redujo a dos opciones: crear tu propio empleo o jugártela a no volver a trabajar.

Parece una elección sencilla, ¿verdad? Solo que no hay nada más complicado que cerrar los ojos, lanzarse al vacío y confiar únicamente en unas alas que no tienes claro si posees.

Pero se abrieron y, aunque él vive siempre pendiente por si se cierran, los que le conocemos sabemos que esas alas le llevarán tan alto como confíe en ellas.

Hace ya años que Gonzalo tomó la decisión que le llevó donde está ahora. Un lugar donde puede dar rienda suelta a su creatividad y desde el que se encarga de la comunicación en redes sociales de negocios que necesitan una presencia online de calidad.

Ahora, sus días pasan por el entrenamiento diario en el gimnasio, las interminables horas pegado al ordenador generando contenido, la prisa que inunda cada llamada, las exigencias de los clientes y una vida personal que a veces se resiente.

En esto de volar, la práctica es la única aliada y capear cada ráfaga de aire que desequilibra el vuelo no es sencillo. Pero lo logra. Poco a poco, ha conseguido imponerse un horario que le permite dedicarse los viernes por la tarde, sentarse tranquilamente a ver las noticias y compartir un vino con los amigos.

Ahora ya casi es capaz de no culpabilizarse pensando en que debería estar trabajando, mientras pasea por el Rastro o sueña despierto con todo lo que podrá comprar cuando un cambio de viento le eleve a donde se ha ganado, con su esfuerzo.

De aquellas tardes interminables en la playa de nuestro paraíso, en las que nos negábamos a recoger la toalla hasta que el sol no se hubiera escondido hasta hoy, han pasado muchos años. Tantas cosas.

Ha roto con los años muchas cadenas, las que le ataban a aquello que callaba. Es más libre, y también más ‘pasota’. Los años le han endurecido el carácter y es más terco y obstinado que antes, pero también más curioso y tenaz.

Después de todo, nada de eso importa. Porque al menos para mí, Gonzalo ha conseguido uno de los logros más importantes de la existencia.

Que la vida no le robe la sonrisa.

GONZALO

Instagram

Facebook

Twitter