Vivimos en la sociedad de la inmediatez, del todo o nada y de la intolerancia total a la frustración. Desearíamos que todo ocurriese ya, en este instante, en este segundo, como sacudido por una varita mágica, cuando la realidad de la existencia es que hasta la vida misma se hace esperar nueve meses.

Nuestros ancestros pasaban largos períodos buscando las manadas de animales a los que daban caza. Aprendieron que la paciencia y la estrategia eran las únicas armas capaces de cobrarse la presa que alimentaría a un clan entero durante el duro invierno. Los inventores más afamados, los pensadores más laureados, las empresas más rentables se han cocinado a fuego lento, en un camino sorteado de fracasos y de errores.

Cargamos a nuestras espaldas siglos de evolución y, en algunos aspectos, parece que retrocedemos en la escala mientras que otras áreas nos empujan hacia delante a una velocidad desenfrenada a la que cuesta acostumbrarse.

En el pasado los médicos observaban impotentes como el paciente que yacía frente a ellos fallecía por falta de tratamientos, los campesinos veían morir el sustento de toda su familia por culpa de una plaga incontrolable, los niños nacían sabiendo en qué estrato social estaba su sitio y con la certeza de que jamás podrían salir de él.

Hoy en día hemos cambiado tanto, como individuos y como sociedad que somos casi irreconocibles cuando se nos compara con nuestros predecesores. La medicina, la ciencia, las matemáticas, el organigrama social, la tencología. Todo ha evolucionado y lo ha hecho a una velocidad vertiginosa como si durante siglos hubiera estado tomando impulso para salir despedida en el momento evolutivo que nos ha tocado vivir.

A pesar de ello, no nos hemos adaptado a esta revolución tecnológica y social que vivimos. Nos hemos vuelto ansiosos, impacientes y hasta los niños toleran cada día menos los niveles de frustración a los que irremediablemente hay que enfrentarse a diario.

Frustración: ayer y hoy

Cuando un niño antes quería una muñeca o una peonza, debía esperar a que fuera tallada en madera por unas manos expertas que iban extrayendo del material los rasgos con amor y paciencia. Si necesitaba unos zapatos nuevos pasaban meses hasta que se reunía el capital que costaba conseguirlos. Las cosas llegaban lentamente llenando el camino de esa espera de expectativas y ansias.

Ahora si un niño quiere un juguete, lo tiene. Si necesita unos zapatos, sólo hace falta una tarde para encontrar los adecuados. Todo se consigue de manera inmediata y eso da lugar a una intolerancia a la frustración que genera el no conseguir lo que quieres instantáneamente, sobre todo en aquellos ámbitos que no dependen de tí, ni de tu dinero, ni del horario de las tiendas.

Hemos llegado a pensar, erróneamente, que darles a los pequeños todo lo que quieren es beneficioso para ellos olvidándonos de que con nuestra actitud no les estamos preparando para un mañana competitivo y frustrante. Las mejores herramientas para la vida las desarrollan aquellas personas que aprenden desde la infancia a enfrentarse a las situaciones de un modo psicológicamente sano. En nuestra sociedad les estamos arrebatando a los niños la posibilidad de generar sus propias herramientas y les hacemos vulnerables ante las situaciones que vivirán.

En los adultos la frustración es una losa de la que nadie escapa. Empleos que perdemos, relaciones que no salen como esperábamos, ascensos y logros profesionales que no llegan,…

Debemos aceptar que el sentirnos frustrad@s es parte del camino vital,  y tomarlo como una oportunidad de aprender de ello que nos ayudará a que en ocasiones venideras sepamos mantener el control. No huyas de ese sentimiento, agradécelo porque el sentirlo te hará desarrollar las capacidades necesarias para gestionarlo correctamente.

Aceptar las negativas reiteradas, los adioses inesperados y las situaciones dolorosas es vital para iniciar el proceso de tolerancia. Si no podemos cambiar una situación, debemos aprender a cambiar nuestra actitud y percepción de la misma para no entrar en una ciclo autodestructivo sin retorno de frustración y autocompasión.

Nuestro comportamiento durante el proceso de espera es algo que también los adultos deberíamos ejercitar. Esperar no tiene que implicar inacción, si no todo lo contrario.

Mientras esperamos lograr lo que deseamos, debemos poner aún más esmero en conseguirlo, reforzar las filas de ataque, desarrollar estrategias de batalla. Nada de sentarse a esperar que las cosas sucedan milagrosamente y sobre todo, no debemos perder nunca la oportunidad de aprendizaje que la frustración trae consigo.

Piensa que las herramientas que desarrolles hoy te serán útiles el resto de la vida así que no esperes más. Rompe de una vez las reglas del juego que te has marcado hasta ahora, conócete, descúbrete a ti mism@ en cada acontecimiento en el que la frustración aparezca, mejórate a diario.

Libérate y cuando la desilusión llegue a tu vida ya habrás aprendido las dos palabras que pueden ayudarte:

Acepta y sigue.