Desde hace un tiempo llevo viendo en Redes Sociales y blogs a coach, expertos en RRHH y profesionales del área dar consejos y tips para realizar exitosas entrevistas de trabajo.

Todos sus consejos, o al menos la mayoría, pueden ser útiles pero en casi ningún caso cuentan con un factor clave en las selecciones de personal: el tipo de seleccionador.

Cuando la entrevista nos la realiza un profesional, sabe qué aspectos valorar y cuáles obviar, qué parte del lenguaje no verbal es importante e incluso extraer del candidato mucho más de lo que dice con palabras.

El problema llega cuando la selección de personal recae sobre una persona ajena a los RRHH, que poco o nada sabe sobre la realización de entrevistas. En esos casos, lo mismo da que contemos con los mejores consejos para afrontar la entrevista, ya que, creedme, podemos esperarnos casi cualquier cosa.

Visto que hay muchísimas personas que hablan de la entrevista desde el lado del entrevistador, y que yo también lo he sido, podría contaros un sinfín de anécdotas que he vivido con los candidatos. Sin embargo, en esta ocasión voy a hablaros desde el lado en el que estamos la mayoría de nosotros.

Supongo que no soy la única a la que le han ocurrido situaciones irrisorias, vergonzosas e incluso humillantes en los procesos de selección y, por eso me encantaría que compartierais conmigo vuestras experiencias.

Pero, como no creo en el pedir sin dar, voy a empezar yo con algunos ejemplos de situaciones vividas en primera persona. Como toma de contacto, creo que dos casos serán suficientes (al menos para empezar). Antes de nada, quiero dejar claro que confío plenamente en la capacidad de las personas de RRHH a la hora de realizar su trabajo. A pesar de ello, en los casos que cuento a continuación no se valoró el tiempo del candidato, ni su valía y fueron procesos llevados a cabo por personal que tenía nulos conocimientos sobre profesionalidad.

  • CASO 1

Acababa de salir de la universidad y me dedicaba a mandar CV a las empresas, esperando que alguna de ellas valorase las inmensas ganas de trabajar con las que contaba. Y, de repente, me llamaron de una agencia de publicidad en Santander para una entrevista.

Como en aquel entonces no tenía coche ni dinero, pedí prestado a mis padres. Cogí el tren, el autobús hasta la capital cántabra y un taxi que me llevase al polígono donde se encontraba la empresa.

Llegué allí nerviosa pero impaciente de demostrarles mi valía. Me recibieron dos hombres trajeados, amables y simpáticos. Me hicieron una entrevista normal, todo parecía ir bien. Cuando la dieron por terminada, quise saber algo sobre el puesto ofertado y me explicaron que no existía ninguna vacante. Mi cara reflejó mi asombro, y entonces me explicaron que me habían hecho ir allí para conocerme, porque les había parecido interesante mi currículum.

Perdí mi tiempo y mi dinero y nunca más supe de ellos.

  • CASO 2

En ese entonces me encontraba trabajando como administrativa en una oficina, estaba contenta (contrato indefinido, buen horario,…) pero deseaba volver a la comunicación así que no había dejado de buscar empleo.

Me llamaron de una empresa para un puesto en su departamento de marketing y comunicación. Me citaron en un conocido hotel de Bilbao y allá que fui.

La entrevista en general fue humillante y vergonzosa, así que prefiero pasarla por encima, sin embargo os resumo la conclusión. El hombre que me entrevistó me comentó que necesitaba a una persona para impulsar la comunicación de su empresa, y que el salario sería de unos 25.000 brutos/anuales, más una golosa retribución extra. Cuándo le pregunté en base a qué se generaba ese ingreso variable, me respondió guiñándome un ojo: «depende de que me hagas feliz. Ya me entiendes».

Podría continuar contando un sinfín de circunstancias distintas, de entrevistas de lo más variado, pero creo que el concepto ha quedado claro.

Y a tí, ¿te han ocurrido situaciones parecidas en tus entrevistas?