Como muchas de las personas que me leéis,  me ha tocado muchas veces buscar trabajo. He pasado por innumerables procesos selectivos y por una cantidad incontable de entrevistas.

La gente de mi entorno siempre me comenta, entre risas, que debería escribir un libro por la cantidad de cosas extrañas, hilarantes e incluso terroríficas que me han ocurrido en los distintos encuentros que he tenido en mi búsqueda de empleo.

A pesar de que en enero empiezo a trabajar, al tener el proyecto una corta duración, continuo acudiendo a entrevistas y realizando las mismas acciones que antes. Ayer, tuve una entrevista como nunca había tenido.

Se trataba de un joven emprendedor, con una buena idea de negocio. Sin demasiado dinero, había decidido jugarse el todo por el todo y llevaba meses de trabajo montando una empresa, que aún no ha comenzado a tener actividad.

No era el típico niño rico al que le dan dinero para que juegue con él a ver si consigue algo. Era una persona que había trabajado en distintos empleos precarios y ahorrado cada euro, para invertirlo en su empresa. De pronto, se había encontrado con un millón de trabas, mucho desconocimiento en demasiadas áreas, y la soledad de no saber a quién acudir.

Tras escuchar que, de momento, no podía pagarme y que no sabía cuándo podría hacerlo, le hice saber que en este momento de mi vida éso era algo que no me podía permitir. Su respuesta me sorprendió. Estoy acostumbrada a decir que no a aquello que ya no es lo que me compensa, y suelo recibir del otro lado una respuesta comprensiva o, a veces, soez.

Este chico, sin embargo, me dijo que sentía mucho lo que le decía aunque lo entendía, pero que por favor quedase con él para ver si le podía echar una mano. Me sorprendió que se mostrase sin ambages, perdido y necesitado, y teniendo yo siempre en mente que ayudar a otros es imprescindible en un mundo desnaturalizado, acepté quedar con él.

Cuando llegué, me encontré un chico de unos 24 años lleno de talento en su área. Tenía perfectamente estructurada una ambiciosa empresa del sector creativo. Me mostró una web cuidada, limpia, bien diseñada, con estilo. Comenzó a hablarme de cuál era su idea, me demostró tener una mente inquieta y unas ganas terribles de comerse el mundo.

Me explicó que se ha encontrado con que no sabe nada de temas legales, ni de comunicación, ni de publicidad y que necesita que alguien le ayude en esas áreas, pero no puede pagar por conseguirlo. Le hablé de las ayudas públicas, de los servicios gubernamentales de ayuda a los emprendedores, le expliqué cómo comenzar a publicitar su empresa, en qué ámbitos moverse, con qué personas hablar.

Según le iba hablando, se le iba iluminando la cara mientras anotaba nombres e ideas y cuándo acabé, me dijo que había estado con una persona antes que yo. Le había explicado su problema y ella le había pasado un presupuesto de 2.500 euros por darle las ideas que yo le había dado gratis.

Después de dos horas me fui de allí deseando que le vaya bien porque él, como otras personas jóvenes, son el futuro, son la clave de la mejora de la sociedad. Ell@s que no tienen miedo, que tienen ganas de comerse el mundo sin mochilas a las espaldas, sin ataduras pero que están terriblemente solos, sin nadie que les ayude.

Espero que su caso sea aislado y que no muchas personas se sientan tan perdidos, viendo que cada persona que les ofrece su ayuda pone por delante la factura. Porque si no colaboramos entre nosotros, estamos condenados al fracaso social más absoluto.