Soy consciente de la tremenda irresponsabilidad que supone no hablar de Cataluña en unos días como los que estamos viviendo. Como ciudadana, como persona y, sobre todo, como periodista.

Desde pequeña mi padre me contaba la historia del elefante y la cadena. Una cría de elefante arrebatado del amoroso abrazo de su madre, llevado a un circo y atado a una pequeña atadura metálica. Durante días el pequeño animal luchó contra los grilletes que le mantenían anclado a una existencia lejos de sus semejantes, sin éxito. Su diminuto cuerpo y su fuerza aún sin desarrollar le impedían deshacerse de las ataduras y al final desistió.

Con los años se convirtió en un adulto, grande y fuerte pero los circenses no vieron la necesidad de engrosar la cadena, puesto que el elefante ya no oponía resistencia a su vida lejos de la libertad. Él mismo había creado su propio límite incapacitante. En su mente se había forjado a fuego la idea de que nunca podría liberarse y ya ni siquiera lo intentaba.

Como el elefante, al haber nacido y crecido en un lugar en el que había palabras que no se podían decir, ideas cosidas a la garganta que no podían hacerse públicas, he creado mis propio límites. Los tiempos han cambiado y las cosas son diferentes hoy, pero no lo son los límites que me marqué en mi infancia.

Poseo conciencia política, pero es superior mi idea de incapacidad de expresarla públicamente y así me acepto. Mi pequeño entorno es el único lugar en el que me siento libre de expresarla, debatirla y defenderla hasta la extenuación.

Es por eso por lo que, a pesar de saber que no debería obviar el tema de Cataluña, siento que debo hacerlo con toda la coherencia y el respeto que mis años de pensamientos e ideas, que morían antes de convertirse en sonidos, han dejado como un poso en lo más profundo de mi ser.

Lo que sí puedo decir, sea cual sea la bandera que hace latir tu corazón, sea cual sea el sentimiento que mueve tu mundo, es que tú que me lees desde Cataluña eres mi herman@. No lo eres porque compartamos país, ni estado, ni época. Lo eres porque compartimos herencia genética, historia, sufrimientos y alegrías. Lo eres porque aunque jamás nos hemos abrazado he llorado tus desgracias y aplaudido tus éxitos, porque a pesar de la distancia que nos separa llegaste al mundo de una madre como yo, porque tus ojos y los míos reflejan nuestras almas de igual manera.

Por eso, quieras tú o no quieras, hoy me duele el lazo que me une a ti, me duele el nexo que hace que por tu cuerpo y por el mío corra una sangre que nos hace uno. Porque una acción política, enarbolada por la tendencia que sea, blandiendo cualquier ideología, apoyada por cualquier gobierno, que separa familias, que rompe amistades y que desangra no un pueblo, si no muchas almas no se puede justificar, sea o no justificable su fin.