¿Sabes esas personas a las que no conoces, pero que emanan algo bonito? Esas que no sabes bien por qué, pero te caen bien desde el principio, porque tienen ese ‘nosequé‘, que sabes que merece la pena.
Antonio lo tiene, se siente aún en la distancia. Hay algo en su cuidadosa manera de comunicar que transmite bondad, esfuerzo y cercanía.
Todo comenzó hace 35 años en Elche, siendo el mayor de tres. Ellas, revoltosas como huracanes. Él, tranquilo e introvertido. Las dos caras de una moneda en la que la paciencia era un punto a favor.
Creció entre la imaginación de los juegos en solitario y el alboroto cuando la partida era compartida con su familia. Era el único chico de su casa, pero cuando llegaban los primos, se equilibraba la balanza.

Muñecos, canicas, todo valía cuando se trataba de divertirse, pero siempre había un rey: el fútbol.
Y del fútbol a las artes marciales, y de ahí a correr o al gimnasio. El deporte ha estado siempre presente en su vida.
Echar la vista atrás y escuchar las risas, recordar los moratones en las piernas y sentir la felicidad anudada en la tripa, es uno de los mejores regalos que unos padres pueden dar a sus hijos. Y los de Antonio, le premiaron con una infancia feliz.
Sin embargo y aunque tardemos en descubrirlo, los padres son humanos. Y, como tales, hay demasiadas cosas que se escapan de su control.
Así cuando Antonio tenía 9 años, los problemas económicos llegaron a su hogar. Eso, sumado a la intransigencia de la adolescencia, convirtieron al muchacho manso y tranquilo es una bomba de rebeldía que arrasaba con todo.
Esa época de la vida en la que las hormonas nos secuestran a todos, fue difícil para él. Los estudios dejaron de motivarle y decidió que ninguna formación haría por él nada, si no se lo ganaba.
Así que, a los 17 años comenzó a buscar la vida que deseaba. Trabajó primero en una fábrica de calzado para saltar a una empresa de tratamientos de agua.

Después llegó la parada obligatoria de todo el que quisiera ganar dinero en aquella época: la construcción. Pero únicamente unos meses, porque siguió camino hacia la hostelería.
Con 21 años y una amplia experiencia laboral, descubrió la seguridad privada. Un sector para el que necesitaba volver a estudiar, pero esta vez para lograr algo concreto, no esas promesas de futuro que jamás le convencieron.
A esas alturas de la historia, la rebeldía se había convertido en criterio. El enfado perpetuo en interés por mejorar las cosas y los pájaros en la cabeza habían encontrado aposento.
Se apuntó a la academia y a los pocos meses había aprobado los exámenes y podía comenzar una profesión como vigilante de seguridad.
Y entonces pensó que con formación podía no lograrlo todo, pero al menos abriría puertas que sin ella estaban cerradas.
Quería opositar para policía y no podía hacerlo sin el título de la ESO. Así que fue a por ello y a los 24 años, tras mucho esfuerzo y sacrificio, lo logró.
Fue la oposición la que se le resistió, pero había comenzado un camino que ya no ha vuelto a abandonar: el del aprendizaje constante.
Se formó en inglés y aprobó la prueba de acceso a la universidad. Y la vida continuó mientras tanto.
Hay personas que pasan unos años de su vida estudiando y otros trabajando. Y hay otras, que hacen malabarismos para que no se les escapen las oportunidades, mientras mantienen el sustento que les da de comer.
Antonio es de las segundas. Nada de juergas universitarias, ni cenas de clase. Porque se dedicaba a estudiar en los espacios que su trabajo a turnos como vigilante, le dejaban libre. Y trabajaba sí, pero también vivía y sufrió entonces una de las situaciones más duras a las que cualquier persona tiene que enfrentarse.
La enfermedad de su hermana mediana y su fallecimiento, puso a prueba todos los valores que con los años había trabajado y le ofreció la posibilidad de descubrir una fortaleza que desconocía.
Es agridulce siempre la vida que nos arranca de raíz el corazón y nos devuelve la esperanza en un suspiro. Esa esperanza llegó para Antonio en 2017, de la mano de su pequeño. El que le ha dado la vuelta entera a su mundo personal.

A pesar del esfuerzo que supone constantemente compaginar tantas áreas vitales, aún le quedaba algo por descubrir.
El marketing digital llegó a su vida hace un par de años, para quedarse. Apareció, le ilusionó y le enseñó que podía haber una manera de lograr dedicar más tiempo a los suyos, algo que siempre ha querido.
Ya había aprendido que el mejor modo de hacer de esa incipiente vocación su profesión, era formarse.
De Aula CM al curso de Isra Bravo, sigue esforzándose por lograr abrirse camino en el mundo digital.
El lanzamiento de su propia web, hace ya un año, supuso el antes y el después de esta ruta que espera le conduzca hacia su sueño de vivir de este sector.
De momento, pasa los días en jornadas maratonianas. Su trabajo a turnos, hace que cada día sea diferente, aunque su hijo es siempre su constante. Dedicarle tiempo al pequeño es primordial y, después, hacer encaje de bolillos con el trabajo y el negocio que quiere crear. Eso supone, habitualmente, robarle horas al sueño.
Amante del deporte nadie mejor que él puede saber que la constancia es la clave de cualquier triunfo. Por eso tiene ya una mano ganadora.
Él que era tan inquieto que de mayor quería serlo todo futbolista, torero, policía. Que quería apagar incendios mientras defendía casos en un juzgado, no ha perdido ni un ápice de esa inquietud.
Ahora sabe enfocarla. Ha aprendido a gestionarla para lograr de ella un beneficio y ha descubierto cómo enfrentarse a lo mejor y lo peor de dos mundos.
En su trabajo diario de vigilante, hace frente a situaciones complicadas, a un trato que no siempre es el mejor y capea los horarios con la mejor actitud. En su negocio de marketing ha tenido que echar mano de la indiferencia y del sentido del humor cuando sus presupuestos se chocan con mentalidades obsoletas.
Tanto del uno como del otro, se queda siempre con la parte positiva. Si no fuera por la estabilidad económica que le otorga el primero, no podría ni soñar con su propio proyecto. Y es la ilusión del segundo la que hace que cada hora invertida merezca la pena.
Constante, tenaz y con una fuerza de voluntad a prueba de reveses, sigue luchando por sus sueños. Escribir un libro es uno de sus objetivos y, aunque la edad ha cambiado, las ganas siguen intactas.
Porque si alguien puede lograr lo que se proponga, sin duda, ese es Antonio.
