Elena fue para mi todo un descubrimiento. Una de esas personas a las que colocas en un altar, pensando que nunca se fijarán en ti desde su peana. Una profesional que se convierte en tu referente y a la que le otorgas el rango de inaccesible. 

A pesar de ello, fue a la primera a la que me atreví a pedirle que me diese la mano y viniese a sumar a mi pequeño blog. Ella que colabora con los grandes, que se codea con profesionales a los que yo admiro, me dijo que sí. Sin dudas, sin excusas, sin pararse a pensarlo dos veces.

Me dijo que sí de una manera sencilla, cercana y, no sólo me lo dijo si no que lo hizo. En dos días me había enviado la entrevista y además pidiéndome perdón por la tardanza. Escribí su relato y se lo mandé llena de nervios, miedo e inseguridad y su respuesta borró de un plumazo todos mis temores.

Quizás ella ni siquiera lo sabe aún hoy, pero el modo en el que aceptó sumarse a mi locura, la manera en la que decidió formar parte de ello y su reacción fueron para mí un antes y un después. 

A partir de ese momento, salí reforzada y comencé a relacionarme sin tanto miedo con personas que hasta entonces me parecían tener «demasiado rango» para alguien como yo.

Ella que me había regalado ya aquello que nadie más me había dado, decidió aún así obsequiarme de nuevo. Esta vez con un espacio en su sección #HoyBrilla. ¡Yo! Yo que, a veces me como el mundo y otras me siento tan insignificante que cualquier brizna de aire puede hacerme desaparecer.

Pero aquí estoy, con ella, contigo. Porque Elena me enseñó que el miedo está en nuestras mentes, y que soy capaz de mucho más cuando creo que puedo hacerlo.

Por este espacio en tu blog, por creer en mí, por verme siempre y por tantas cosas… Gracias Elena!

Alza el vuelo

Cuando Elena me ofreció un espacio en su sección ‘Hoy brilla’ sentí una oleada de agradecimiento, pero sobre todo vértigo. Ese vértigo que sientes cuando deseas hacer algo, pero una parte de ti te grita que no vas a estar a la altura de las circunstancias. Llevo años trabajando el control de ese espacio de mi mente que me limita, así que mi respuesta inmediata fue «¡sí!», pero a pesar de ello la sensación de vértigo no desaparecía.

Con ese sentimiento bajo el brazo, decidí que podía dejarme llevar por la motivación que me suponía el reto que me había planteado o dejarme vencer por el miedo y no hacer nada. Como tantas otras veces, mi decisión fue saltar al vacío. No por temeraria, ni por valentía, simplemente porque hace mucho tomé la determinación de no decir «no» a algo que me motivase realmente.

Los expertos hablan continuamente de la zona de confort, esa en la que estás tan a gusto que prefieres no enfrentarte a nuevos retos, y de la necesidad de abandonarla. Cada vez que leo un artículo que hace referencia a este tema, me pregunto ¿por qué?

Hay muchas frases con las que se nos bombardean y que afirman que nada bueno crece en la zona de confort, que no nos superaremos a nosotros mismos si no salimos de ella de una vez y para siempre.

Salto al vacío

Mi zona de confort está en un rincón, a solas, escribiendo sólo para mí. Se encuentra en los cuadernos que tengo guardados con escritos que nunca han visto la luz, en la parte más íntima de mi vida y en la seguridad que me otorga el no enfrentarme a riesgos, a críticas, ni a una vida en la que no sé cómo puedo ser valorada. Podría quedarme siempre en ese pequeño espacio de mi existencia dónde me siento segura, a salvo.

Hace ya un tiempo decidí dar un salto al vacío, comenzar a compartir lo que escribía con otras personas, acudir a eventos, relacionarme con profesionales que para mí estaban en altares ficticios en los que sólo yo les había colocado y soportar los sudores fríos que me empapaban el alma esperando alguna reacción a mis actividades en las redes.

Con el tiempo, toda estrategia acaba generando sus frutos y a día de hoy comparto sin miedo, comento sin preocupaciones y he descubierto que esas personas a las que había idolatrado son tan humildes y accesibles que es un placer tenerlas cerca. He conseguido sentirme a gusto en este escenario que hace unos años era como un bosque siniestro en el que me daba pánico entrar.

Gracias a que en su día avancé ese pasito fuera de mi zona de confort, salté al vacío sin red y con sólo la esperanza de que la caída no me hiciera añicos, he ampliado mi espacio de seguridad. Ahora me siento a salvo en mi rincón de soledad, pero también en el mundo de relaciones que he ido creando.

Puedo afirmar que he ampliado mi zona de confort, conocido a gente que se me antojaban dioses de un Olimpo que únicamente estaba en mi cabeza y conseguido sentirme a gusto en un espacio que me permite crecer.

No hay cambio ni pérdida

Cuento todo ésto porque he llegado a la conclusión de que salir de la zona de confort no es algo que nos de miedo de por sí, lo que nos aterroriza es abandonarla y perderla para siempre. Nos paraliza el miedo al cambio y el terror a la pérdida. Sin embargo, no existe cambio ni pérdida en este camino.

No me identifico con quienes afirman que hay que abandonar la zona de confort, lo que yo te pido es que no la dejes nunca pero la amplíes siempre. Es un área ilimitada de la que sólo tú controlas su expansión y cuánto más extensa consigas que sea, más a salvo te sentirás en cada día más ambientes, más situaciones y con más personas que te harán brillar.

Desarrollarás tus habilidades y capacidades de una manera tal que nadie podrá decirte dónde está el límite y aumentará tu seguridad en ti mismo. Pero, sobre todo, aprenderás a cuestionarte constantemente, a batallar contra las limitaciones que con los años te has impuesto.

Dentro de tu zona de confort has evolucionado todo lo que tu espacio te ha permitido, fuera de ella te pasarás el día cuestionando si lo estás haciendo bien, hilando una estrategia y descosiéndola una y otra vez y comenzando de nuevo. No es un camino sin obstáculos y, en cada uno de ellos, tendrás la tentación de abandonar y volver volando al abrazo cálido de la seguridad que te ofrece tu pequeño rincón en el mundo.

La dualidad de tu mente

Te enfrentarás a la dualidad de tu mente: por un lado la motivación por seguir y por otra el miedo que tira de ti hacia la zona conocida. La decisión es siempre tuya, pero con cada obstáculo que venzas las dudas menguarán, las herramientas que desarrolles serán más perfectas y llegará el momento en el que te hagas adicto a ese vértigo que siempre presagia el comienzo de algo maravillosamente nuevo.

Volverás a tu pequeño reducto en el mundo, nunca lo perderás pero a la mañana siguiente esperarás con ansias el momento de abrir tus alas y explorar nuevos territorios. De pronto un día descubrirás que desde el lugar al que has llegado casi no vislumbras tu rincón, pero sabes dónde está. Está en cualquier lugar, en cualquier momento, con cualquier persona. Porque tu zona de confort está en ti mismo y en la confianza que depositas en tus propias capacidades.

No esperes más, alza el vuelo porque si fracasas sólo tienes que volver a intentarlo y si triunfas ningún cielo podrá pararte.

Lee el original en el blog de Elena Arnaiz aquí

Y no te pierdas sus redes.

Twitter

Facebook

Linkedin