Cada vida es distinta. Cada ruta recorrida es única. No hay dos existencias iguales, del mismo modo que no hay dos seres vivos que lo sean.

Pero hay algo común a todas ellas, por mucho que parezca que distan entre sí como la noche del día. Desde que me adentro en las historias de distintos profesionales, he descubierto el hilo que las conecta a todas. Y siempre es el mismo: el sufrimiento.

No se trata siempre de algo traumático, a veces es un pequeño giro, un traspié. Pero ese instante, lo cambia todo. Piénsalo, seguro que hay un momento así en tu vida, un punto de inflexión.

Después entra en juego el carácter, el modo de enfrentarse a la existencia. Y esas variables crean la diferencia en cada existencia. Por eso estas no son las letras que tejen una vida de pérdidas y sufrimiento. La de Cris es una historia de superación.

Nació y vivió en Badalona, con sus padres y su hermana, una infancia despreocupada y feliz. Disfrutaba de sus amigas y del colegio, como cualquier otra niña de su edad.

Al cumplir los 8 años, toda la familia hizo las maletas y pusieron rumbo a una vida nueva, lejos de aquel lugar. Se trasladaron a Teruel, dejando en el camino sin saberlo la alegría y seguridad de Cris.

Como por arte de la magia más oscura, la niña charlatana y feliz, perdió su autoestima y se volvió tímida e introvertida. No sufrió abusos en el colegio, ni se encontró ninguna acritud a su llegada. Pero ¿qué importa lo que ocurra en el exterior cuando es dentro dónde algo se ha roto para siempre?

Es cuando tu mundo entero se desmorona, que debes aferrarte a aquello que te mantiene en pie. Cris encontró siempre apoyo en su familia, pero también en aquellos sueños que le alentaban a no rendirse.

Aprender a tocar el piano y convertirse en actriz. Dos deseos que dibujaban la sonrisa en su rostro. Ella, vergonzosa y apocada, pensó que jamás lograría el valor para perseguirlos.

Quizás porque cada intento que se permitía hacer para alzar su voz, se encontraba con la oposición frontal de alguien que le decía que no debía hablar.

Y así creció, envolviendo sus deseos infantiles para esconderlos donde nadie jamás los encontrase. Aceptando la opinión de aquella profesora que le dijo que jamás podría estudiar medicina, por su falta de constancia. Deshaciéndose de su sueño de ser maestra o psicóloga, porque otros le dijeron que no era su destino.

Debió creer en ella, confiar en su criterio, pero en vez de eso, aceptó una verdad que jamás lo fue. No se planteó que existiera otra realidad en la que poder lograr lo que ansiaba. Solo existía aquella que los demás colocaban en su mente.

Así que, llegada la hora de decidir, ya había borrado de su mente los estudios que ella hubiera escogido. Se decantó por Ingeniería, y hubiera optado por la especialidad informática, pero no fue así. ¿Por qué? Porque en esa bifurcación del camino se priorizó a sí misma, aunque nunca fue consciente.

Obedeció a cada persona que le dijo lo que no podía hacer. Se creyó que las limitaciones ajenas eran propias, y olvidó lo que ella quería por confiar en que otros sabrían mejor lo que vibraba en su interior. Pero, a pesar de todo, supo que Teruel no era para ella. Sabía que algo había cambiado desde que llegó allí y que debía escapar para poder crecer.

Se eligió a sí misma y se llevó lejos de la tierra a la que se había trasladado tanto tiempo atrás. Valencia la recibió como cualquier lugar cuando llegas con ganas de empezar de cero, y allí se formó como ingeniera de caminos.

Aquella experiencia cambió su vida, por muchos motivos. Recuperó la confianza, la autoestima y esa alegría que siempre había sido suya. Aprendió, aprobó la carrera, hizo amistades y encontró el amor.

Él comenzó su andadura profesional cuando Cris aún estaba acabando los estudios. Por eso, una vez licenciada voló a su encuentro y juntos continuaron su relación en Castellón.

Allí Cris comenzó a trabajar en una empresa constructora a la que le ha dedicado 14 años de su vida. Trabajó como jefa de obra y durante todos esos años siendo Project Manager, se encargó de todo tipo de organización. Desde gestión de proyectos y proveedores, control de equipos y costes a cualquier imprevisto que pudiera surgir.

Ella, que había sido incapaz de levantar la voz cuando otros le dijeron que no llegaría a donde anhelaba, se pasó más de una década en un mundo de hombres donde una autoestima sana era la única baza ganadora. Y lo logró. Se reconstruyó completamente y se endureció tanto que volvió a perderse a sí misma.

Así somos los humanos, cuando tratamos de arreglar lo que se ha roto, es el equilibrio lo más difícil de reencontrar. Pero en su caso, fue temporal, un cambio a otro departamento volvió a compensar la balanza.

Mientras su vida profesional se asentaba, la personal le hacía perder pie. En 2011 llegó su primera hija y dos años después la segunda.

En esta sociedad que hemos creado, en la que vivir con una sonrisa perenne se ha vuelto casi una obligación, hay demasiadas cosas que callamos cuando deberíamos gritarlas.

Ser madre es precioso, mágico y estupendo. Ser madre es duro, doloroso y frustrante. Y es en esa dualidad donde reside el hechizo que logra que, por enormes que sean los sacrificios y por terrible que sea el cansancio, el sufrimiento o la preocupación, siga compensando.

Pero decir que no todo es purpurina y confeti es necesario. No lo fue para Cris. Para ella fue tan duro que necesitó ayuda psicológica para recolocar todo lo que la maternidad había vuelto del revés.

De nuevo, tantos años después, había vuelto a olvidarse de sí misma, de su voz y volvió a perderse en medio de una vorágine de rutinas diarias que no le dejaban espacio para ser Cris.

Y ahí llegó el segundo viraje de rumbo. Hasta entonces había logrado reconstruir su confianza, encontrar su opinión y defenderla, amar a otra persona, construir una familia.

Pero le faltaba lo más importante: amarse a sí misma. Algo que jamás había conseguido.

Cuando se dio cuenta de lo mucho que se necesitaba, todo tuvo sentido. Una revelación que encajó las piezas que llevaban años desperdigadas por el suelo donde las había dejado en su infancia.

Se compró el teclado que había pedido sin exigencias de pequeña y aprendió a tocar el piano. Comenzó a estudiar para dar forma a la Cris que quería ser. Aprendió que queriéndose a sí misma era capaz de dar más amor a los demás. Y, ante todo, un amor mucho mejor.

Su familia, sus hijas, seguían siendo su prioridad, pero si ella no era feliz ¿cómo podían serlo ellas?

Entonces encontró algo que jamás pensó que tuviera, el valor para romper con todo.

Dio un salto sin red, con mucho miedo y tantas dudas como ganas y esperanza. Volvió a escogerse, como siempre debió haber hecho y se alejó de su trabajo fijo para adentrarse en la aventura por la que ahora transita.

Desde el 2019 es autónoma, depende únicamente de ella, pero también es libre. Un año antes comenzó a ampliar su formación, y hoy se dedica a trabajar como project manager digital. Aquello a lo que le dedicó tantos años, pero encaminado a los negocios online.

Hay pocas cosas mejores que lograr un trabajo que te guste, pero una de ellas es que pierdas la noción del tiempo que le dedicas. Que no sepas si es lunes ni esperes ansiosa los viernes y eso es lo que Cris ha logrado.

No sin esfuerzo. No sin luchar a diario con ese síndrome del impostor que nos acompaña a tantos. Pero, junto con todo ello, también le acompañan clientes agradecidos, compañeros que aportan y personas bonitas que hacen todo más llevadero.

Ahora su mundo es tan distinto de aquel en el que vivía la Cris que a los 8 años se quebró por dentro, que si lo viera no lo reconocería.

Su existencia se divide entre el cuidado de sus hijas, el trabajo, el tiempo con su (ya) marido y el que por fin se permite dedicarse a ella misma.

Hasta el estado de alarma, ha sido capaz de organizarse de manera que las niñas sean la prioridad, pero sin dejar de lado el aperitivo con amigas en un bar. Y aunque los viajes se han reducido, su amor por conocer nuevos países y culturas se mantiene tan intacto como su pasión por la música que envuelve de armonía su día a día.

Hay muchos pasos en la curación. Ninguna herida puede tocarse mientras sangra, por el dolor que origina. Primero debe ser tratada, limpiada, tapada. Después hay que vigilarla, permitirle el tiempo necesario para cicatrizar. Y después hay que hacer las paces con esa marca que cambia para siempre nuestra piel.

Cris ha tardado años en ser capaz de reconciliarse con todo su pasado, pero ahora retorna a Teruel, a esa tierra de la que ansiaba huir, siempre que puede. Porque cuando aprendes a amar tus heridas, ya nunca pueden hacerte daño de nuevo.

Ahora sabe es que es capaz de aquello que se proponga. Puede llevar su proyecto de manera exitosa, tener una familia sin renunciar a nada e incluso crecer y comenzar a abrir nuevas áreas de negocio.

Sus miras están ahora puestas en empezar a dar formación, compartir sus conocimientos como ponente en conferencias y trabajar para grandes lanzamientos. Unas metas ambiciosas que demuestran que nada queda ya de aquellas inseguridades que le robaron oportunidades en el pasado.

Aquella niña amante de la libertad, de la lectura, divertida y feliz, que se volvió tímida, escurridiza y temerosa del mundo, es ahora una mujer hecha a sí misma. Es más de lo que hubiera sido si no hubiera pasado por esa etapa, porque es en los desafíos donde encontramos nuestra grandeza. Y la de Cris es cada día mayor.

Nadie jamás volverá a contarle que los sueños no se cumplen, ni que hay personas que no deberían soñar. Porque hace mucho que aprendió que es su voz la única que debe escuchar.

Este no es el relato de una vida de sinsabores y desgracias. Es la historia de una luchadora que se perdió a sí misma y peleó por reencontrarse. Son las letras que tejen la vida de una mujer que se apoyó en su familia y confió en sus sueños para crecer.

Gracias a ellos y a su fortaleza, no hay nadie que tenga la capacidad de volver a robarle sus sueños. Nadie más que ella ostenta el poder que cedió tantos años.

Y ahora que es capaz de arrancarle al piano los sonidos más hermosos, ¿quién se atreverá a contarle que ella no puede ser actriz?

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