A veces pasa y así fue con Carlota. Soy una persona de vibraciones, de intuiciones, de eso que para otras es visceralidad y para mi la lógica que guía mi brújula.

Hay personas que, ya en el primer impulso, siento que deben estar en mi radar. Y otras a las que no me avergüenza decir que, por una percepción personal, las quiero lejos antes de que lleguen a acercarse.

Pero no ha sido hasta esta entrevista que he descubierto todos los puntos que nos unen a Carlota y a mí. Y he vuelto a confiar ciegamente en que mi intuición no me engaña nunca.

No es que se dedique a un sector que es complementario al mío, que también. Ni que sea una persona dispuesta a ayudar a los demás en todo momento, que lo es. No es que me muera de risa con ella siempre que la veo en sus stories, ni que cada vez que hablemos yo aprenda.

Porque Carlota es todo eso y que era mucho más, ya lo sabía. Lo que desconocía es que nuestras existencias habían sido tan paralelas que era imposible que la vibración de mi alma, no encajase con la suya.

Asturiana de nacimiento, creció con el nublado cielo de Gijón cubriendo sus primeros años, pero ni todas las nubes pudieron oscurecer una infancia feliz.

Ella, que derrochaba simpatía y sonrisas, se hacía querer donde fuera y durante sus primeros nueve años de vida, estuvo rodeada del cariño de sus amigos.

Estudiosa y amante de la lectura y de la música, creció con esos valores que a todos nos inculcaron. ‘Sé formal, estudia, esfuérzate. Todo lo que siembres ahora, lo recogerás después.

Lo creyó como lo hicimos todos. ‘Si haces todo lo que se espera de ti, lograrás la independencia que deseas. Tu empleo, tu casa, tu familia, tu coche y la felicidad plena, están escritas en tus notas.

Sin embargo, hay cosas que no son eternas y una de ellas es la inocencia infantil. Con los años descubrió que la vida no iba de calificaciones en exámenes y que si quería lo que le habían prometido, debía ser ella quién fuese a por ello.

Así y todo, tuvo mucho que aprender antes de eso. La primera lección fue, seguramente una de las más crueles. Que la bondad de los niños se va enturbiando al mezclarse con estúpidos prejuicios y cánones que jamás deberían existir.

Hay personas con gafas, pelirrojos, altos, bajos, delgados y gordos. Todos diferentes. Todos hermosos. Pero hay que llevar dentro la belleza para poder encontrarla fuera y es bien sabido que no todo el mundo tiene esa suerte.

Por eso Carlota sufrió lo que ningún niño debería ni siquiera conocer: la crueldad del prójimo. En esa edad en la que ni eres niña ya, ni todavía mujer. En la que al crecer, vamos dejando la autoestima cada vez más abajo y remontar un golpe implica tener más coraza que piel.

Tomó la única decisión que se puede tomar cuando el mundo se te vuelve en contra: huir. Buscar otro universo donde empezar de cero y construirte de nuevo, como tantas veces soñamos hacer.

Pero el destino le golpeó con otro revés. Un verano, uno como en el que me ocurrió a mi, tuvo un accidente de tráfico.

Ambas teníamos la misma edad cuando el mundo entero se nos zarandeó, cuando aprendimos que la vida no es eterna y que, por mucho que creamos que nos queda por delante, el camino puede terminar abruptamente en cualquier instante.

Tenía 13 años cuando un solo segundo de ruptura con la realidad. Un instante que no recuerdas genera un cambio perpetuo en tu vida.

Meses en una cama de hospital, jornadas eternas de rehabilitación, un corsé metálico y unas muletas como compañía constante, le robaron la sonrisa. Pero nunca las ganas ni la determinación.

Volvió al colegio y finalizó sus estudios con tan buenos resultados que obtuvo una beca para poder estudiar en Madrid.

Con 18 años metió su vida en dos maletas y se mudó del olor a salitre del mar, de la tierra de la sidra y la reconquista, a la capital, para estudiar Ciencias de la Información.

De le costa al interior, cambiando la placentera Gijón por la masificada Madrid. De un centro privado a la universidad pública. Así pasó 5 años de su vida, retornando a la tierra natal para coger aire cada verano.

Alejandro Amenabar había puesto de moda ese año las carreras de comunicación. Por muy absurdo que pueda parecer, su película ‘Tesis’ despertó la vena periodística en una generación que se guiaba más por modas que por conocimiento real de lo que se iba a encontrar en la Universidad.

Aquello hizo que la nota de acceso a Periodismo subiera como la espuma, pero no hubiera afectado al impecable expediente de Carlota. Fue ella quién decidió en el último momento un viraje. De soñar con ser corresponsal de guerra a decidir que ella era más de paz.

Viró hacia la Publicidad y RRPP y obtuvo el título, no sin esfuerzo. Catedráticos apoltronados en butacas, temarios interminables y la frustrante sensación de que tu esencia se diluye entre los números que han asignado a cada alumno.

Una ruptura sentimental a punto de alcanzar la meta, supuso un esfuerzo extra. Una pequeña piedra que no enturbió el triunfo, si no que demostró que Carlota podía conseguir lo que se propusiese si se colocaba a ella y a sus sueños por encima de todas las tormentas.

Fue al finalizar los estudios cuando, como nos pasó a muchos, se chocó de frente con una realidad que no esperaba. No existía el Olimpo del que le habían hablado, ni era demasiado importante que hubiera sido buena estudiante, se hubiera superado a sí misma y hubiera mantenido intacta su beca durante todo ese tiempo.

Creía que había terminado lo que se esperaba de ella y podía empezar a vivir pero fue entonces cuando se se enteró de que era ahí cuando comenzaba la batalla.

Mirando atrás no se arrepiente de la elección porque sabe que cada vez que optamos por un camino, vamos construyendo nuestro mundo. Y el suyo habría sido muy distinto de elegir otra desviación.

Trabajó en agencias de publicidad, empresas y multinacionales buscando la vida que le dijeron que se escondía en el trabajo duro y el conformismo, Hasta que decidió dejar de recordar las historias que le habían contado y empezar a escuchar su propia voz.

Pocas cosas ocurren por casualidad en esta vida. Hay veces que un huracán nos desvía de la ruta y tratamos de aferrarnos a lo conocido, sin saber que ha llegado para colocarnos donde debemos estar.

Como si de un huracán se tratara, una experiencia importante llegó a la vida de Carlota para obligarle a escuchar lo que ella ya sabía: que era trabajar por su cuenta lo que deseaba.

A pesar de las mil incógnitas que ondean en la decisión de depender únicamente de si misma, de la inestabilidad constante de una vida dedicada a lo que amas y de el riesgo perpetuo de una caída sin red, optó por ella.

¿Y ganó? Sí. Porque por mucho que mañana otro huracán pueda darle la vuelta a su mundo otra vez, por mucho que una pandemia pueda arruinar cualquier historia o por pequeño que sea el triunfo, siempre gana el que se arriesga por lo que sueña.

Ahora hace lo que ama, pero sobre todo es la dueña de sus tiempos. Lidia con clientes tóxicos, con fechas de entrega que implican maratones laborales, pero también puede decidir si un día necesita dedicárselo a Netflix o a leer.

Ha crecido con cada paso que ha dado en la vida, ha ganado en seguridad, en independencia mental. Y lo más valioso de todo, hace años que recuperó la sonrisa que un segundo le había arrebatado.

Pocas personas hay en este mundo que no sean capaces de soportar los embistes que la vida les tiene preparadas. Pero no son tantas las que aprenden y crecen con cada uno de ellos.

Ella lo ha hecho, descubrió hace mucho que la vida es otra cosa que horarios extrictos, seriedad fingida y postureo absurdo. La vida es reírse de todo, esforzarse por lo que te hace vibrar y soñar en grande, digan lo que digan los demás.

Tú lo has logrado Carlota. La aurora boreal te espera.

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